Locos

Paredes blancas, camisa blanca, tez blanca por falta de sol. Paredes acolchadas, suelo acolchado, cabeza dura obstinada en su razón. Si no quiere ser parte de esto, si no quiere ser como los demás, porque ha de hacerlo. Era un ermitaño de sexto piso y comida para llevar. Trabajo virtual, novia virtual y amigos virtuales. Familia escasa y lejos, pero hablaba con ellos por la red. Los vecinos ni los conocía aunque hacia años que vivía allí. Lo único que sabían de el es que nadie pasaba nunca por su casa, pero se le escuchaba hablar, reírse, incluso discutir. Cuando conoció a su amor de piel tostada, se pasaba las madrugadas enteras en su compañía, hablando, mostrándose, amando. A veces perdía la noción del tiempo y eso hizo que la policía varias veces fueran con el aviso de los vecinos porque estaba montando una fiesta a las tantas dela noche. Cuando llegaban estaba solo, y así fueron cuatro veces. A la quinta vez vinieron con dos enfermeros y una orden judicial. Entorno acolchado y silencio perpetuo. Lo doctores que trataban su caso no entendían que pasaba, tenían grabaciones y testimonios, pero de esa habitación no salía ni un susurro. Pensaron que igual el chico decía la verdad, y no estaba loco, y quisieron hacer un experimento. Le soltaron en una sala llena de ordenadores y en pocos minutos empezó a hablar. Se oía la voz de una muchacha con un acento exótico. Más tarde la de otros chicos y chicas que hablaban entre ellos y se reían. Las voces de personas mayores identificadas en la conversación como su padre y su madre. En ese momento los doctores decidieron entrar, ya que no tenían datos de la ubicación de su familia y amigos. Los testimonios de estas personas darían finalmente la razón al paciente. Al entrar la sala estaba a oscuras excepto por una pequeña lampara sobre uno de los escritorios. Pantallas y ordenadores apagados. Él con gesto inerte y mirándoles fijo. "¿Ven como tenía razón?" El poder de la mente humana aún no la conocemos, pero hay muchos que llegaron más allá y se les tomó por locos.

Descarga

Una descarga eléctrica y mística paralizó mi cerebro. Por un momento no supe que hacer. Hace un instante estaba tranquilo y seguro, estaba dispuesto a dar el paso que cambiaría mi vida en todos los sentidos. Pero no sé qué me pasó. De repente recordé momentos de mi vida, cuando avisaba al tendero si me daba mal la vuelta, cuando a alguien le caía una moneda y yo la recogía o cuando veía que la maestra se había equivocado con la nota, yo se lo avisaba. Momentos en los que estaba más pendiente de esas cosas. Que me ha pasado, casi perdido en una vida que no me merezco, si hubiera seguido atento esto sería diferente. Estoy sucio y bien vestido, estoy raquítico pero bien alimentado y lo peor, estoy loco y no consigo cordura. Me he dejado a mi suerte, y mi suerte es mi condena. He pasado de ser Yo a ser alguien. Es así que en ese instante, cuando lo único que separa de dar un paso atrás y ser persona o estar más lejos de lo que yo era, es una pluma estilográfica, recuerdo mi antiguo niño y hombre honrado y echo atrás mi mano. “Lo siento señores, ahí va una guardería”.

Sin maldad

Tres de la tarde. En un desierto cualquiera, un enorme cohete con una minúscula cabina esta apunto de despegar. Los tripulantes ya están listos, los auxiliares y los vehículos de apoyo se retiran. Comprobaciones de ultima hora y comienza la cuenta atrás. Despegue, comienzo de un viaje en busca del saber, de la ciencia, por el aumento de conocimientos y su utilización posterior. Posiblemente sacrificados para conseguir una meta. Con las coordenadas programadas y a velocidad de crucero, al salir de la atmósfera no había nada que hacer. Solo mirar por las ventanillas y poco mas. El nerviosismo y la angustia se unían viéndose atados a las sillas y sin retorno. Si todo salía bien, serían unos días nada más, dando la vuelta a la luna y regresar. Todo estaba calculado, previsto, nada podía fallar. Ya habían hecho experimentos anteriores, tenían experiencia. Aunque algunos de ellos no regresaron, bueno, la mayoría. Al llegar a la altura del satélite empezó el momento crucial. Si no cogían la órbita correctamente saldrían despedidos o se estrellarían en el lado oscuro de la luna. Entraron con precisión y empezaron a bordear a la distancia marcada, con la velocidad adecuada. Terminando el giro algo ocurrió. La capsula salio disparada hacia el espacio, atraída por algún tipo de fuerza invisible. Sus cuerpos temblaban, el miedo hace tiempo que lo sentían, pero ahora eran de él. Se quejaban amargamente entre gemidos y aullidos de terror. Pasadas unas horas, por la ventanilla, veían un planeta luminoso, que según se acercaba era mas azul y verde. Se posó la cabina suavemente y la compuerta de abrió. Unos pequeños humanoídes con gestos amables les quitaron los cintos y les invitaron a salir. Vieron un hermoso bosque, una montaña y un río. Diferentes especies de animales de todo tipo y armonía. Nada alteraba aquello. Se volvieron hacia los pequeños seres y mostrando su alegría, quisieron agradecerles que les hubieran llevado hasta allí. Les lamían mientras movían sus colas, ladraban y gemían de placer. Porque podrían vivir en un mundo felices, sin la maldad del hombre. ( Para mi compi Aida)

La piara

Para Azucena Hernán.------------- Cuando paró en aquel restaurante de aquella gasolinera, en aquella carretera oscura y sin apenas trafico, le pregunto al camarero como llegar a su destino. Este en vez de responder le preguntó que llevaba en el camión. “Una piara de cerdos”, respondió, a lo que el camarero dijo, “Para darles de comer”. Le miro extrañado, y el camarero siguió con sus tareas sin haberle respondido. “Perdone, ¿Me podría indicar?. Se dio la vuelta despacio y le miró inexpresivo. “En un par de kilómetros esta la salida, es un camino a la derecha”. Sopló el café, con las dudas que esta pequeña conversación le habían suscitado. “¿A quien alimentan con los cerdos?”. Levantó la mirada que tenia fija y distraída en el periódico deportivo y sonrió con media boca. “A los otros animales”. Otra duda más, y ya algo de inquietud. “¿Pero en esa dirección no hay un matadero?” Uso el otro lado de la boca y le regalo una amplia sonrisa, mostrando sus dientes amarillos sobre su tez blanquecina y sus ojos marrones. “Es una especie de zoo”. Respiró aliviado, el ambiente oscuro y tétrico de aquel bar y aquella carretera le hizo sentir un poco de miedo. Sopló de nuevo el café para terminarlo y se levanto dirigiéndose a su camión, cuanto antes regresara a casa mejor. Subió a la cabina, encendió el motor y esperó a que el habitáculo se calentara. En el proceso volvieron a entrarle dudas, pero ahora curiosidad. “¿Vivos? Seguramente sea una granja o un cebadero y el camarero solo me quería gastar una broma”. Comenzó a afrontar el poco trecho que le quedaba por esa tenebrosa carretera. Pasados unos dos kilómetros encontró un camino estrecho, para un solo vehículo, con su camión tendría que emplearse a fondo para no caer en los canales que lo bordeaban o para no golpear contra algún árbol. Tuvo que maniobrar varias veces para poder meter la totalidad del camión por el camino. Al fondo sobre una colina se podía ver la torre principal de un gran caserón antiguo, que sumado a la frondosidad del bosque y a la tibia luz que traía la luna, le hacia recordar más de una película de terror. "Venga hago la entrega y me voy". Lo que no le cuadraba en todo esto es la hora a la que su jefe le dijo que los llevara, si hubiera salido mas temprano habría llegado antes del ocaso, y ahora casi sin luz y en este inhóspito lugar, seria mas difícil descargar. Iba muy despacio, distraído con las ramas, rocas y huecos. Una sacudida fuerte a la izquierda le hizo golpear la cabeza con la ventanilla. Por no dañar a los cerdos con una enorme rama que sobresalía, metió la rueda en un canal, de los que evacuan el agua cuando llueve mucho. Se echo la mano a la cabeza por el dolor hacia el golpe, y sumo la otra al ver lo ocurrido. "No puede ser verdad". Pensó que cuantas más ganas tienes de terminar, peor sale todo. Antes de bajar, se puso su gorro de lana y la capucha del abrigo encima y calentó las manos con la calefacción. Era otoño, pero en esa época del año en las montañas ya hacia mucho frío. Bajó y cerró la puerta rápido para que no se fuera nada de calor de la cabina, ya que apago el motor mientras preparaba una rampa para la rueda. Cogió de la caja exterior una linterna y una pequeña hacha para cortar algunas ramas. Miro hacia el remolque y estaba bien, la carga no sufrió daños, si hubiera metido una rueda de este, los cerdos se hubieran aplastado los unos contra los otros. Resopló, "Hubo suerte". Empezaba a pensar que era una prueba que le ponía su jefe para ver como se apañaba y se sintió defraudado. Con rabia cogió su móvil y marco el teléfono de la empresa. “Sin cobertura, lo que faltaba. Ya hablaré con el cuando regrese.” Empezó a recoger las ramas que había ya caídas a los lados del camino y unas cuantas rocas de buen tamaño para que hicieran de base a las maderas. Cuando se acercaba a la cabina vio una silueta subir andando entre las sombras. Iluminó la figura para reconocerla con su pequeña linterna y volvió a sacar la pequeña hacha de su bolsillo del abrigo. Distinguió la extraña e inconfundible silueta del camarero. Era alto y delgado, andaba encorvado haciendo que sus largos brazos con sus amplias manos le llegaran casi hasta la rodilla. Le recordó de nuevo a una película pero esta vez si conocía el titulo, bajo la linterna y guardó el hacha. No subió a la cabina, esperó pacientemente a que se acercara. “Voy por ayuda”. Pasó sin detenerse, sin mirarle, solo dijo eso al llegar a su altura. Él se subió en la cabina y arrancó el motor. La actitud de este hombre le había enfadado más aún, “Ni me ha mirado”. Puso la primera marcha y apretó el acelerador. Cuando la rueda estaba casi a salvo, las rocas que protegían las maderas del peso se corrieron, y las ramas quebraron. Golpeó varias veces el volante desesperado por la situación. Apoyo la cabeza sobre él y maldijo durante un par de minutos hasta que el sonido de un vehículo acercarse le sacó de su trance de rabia incontrolada. Levanto la cabeza y vio unos focos que se balanceaban con los baches del camino y que a destellos le cegaban. Era un tractor, no cabía duda. Bajó y espero de nuevo a que llegara aquel extraño hombre. Al llegar a su altura dio la vuelta al tractor con una pericia envidiable, claramente estaba acostumbrado a la estrechez del camino. Le lanzó una cadena a los pies, sin decir nada y se quedo esperando la señal para tirar dándole la espalda. Él se quedo unos segundos mirándole y moviendo la cabeza de un lado a otro. “Menudo carácter”. Enganchó la cadena y subió a la cabina, tocó la bocina y el tractor empezó a tirar. Apretó de nuevo el acelerador y la rueda salio del canal a la primera. Bajó para desenganchar la cadena, y el camarero emprendió camino arrastrándola y sin mirar atrás. De nuevo se quedó unos segundos mirándole de nuevo, pensando que era la persona menos sociable que había conocido. Avanzó lo que quedaba de camino y llegó a una explanada frente a la entrada del caserón. Era como se imaginaba, la torre principal estaba custodiada por otras dos mas pequeñas y un gran porche cubierto, cuyo techo estaba sujeto por pilares de madera sin pulir ni tallar. Bajo él, varias personas con diferentes figuras y caras, todos pálidos y desgarbados. Quietos observando mientras terminaba de aparcar el camión. Bajó la ventanilla y sacó la cabeza,”¡Donde los descargo!”. Uno de ellos, el mas bajito se acerco con gesto amable.”No se preocupe Adrian, nosotros descargamos. Tómese un descanso”. Seguramente mi jefe les dijo mi nombre. “¿Lo muevo a algún sitio? “ Dijo antes de bajar a descansar. “No se preocupe señor, nos hacemos cargo”. Todos iban vestidos con monos de trabajo, los típicos azules de cuerpo entero y manga larga, incluso el camarero se estaba poniendo uno sobre su uniforme de camisa y chaleco del restaurante. Dejó el motor encendido y se dirigió al un banco metálico medio oxidado en algunas partes que había en el porche y se sentó. Se cruzo con aquellas extrañas personas que apenas le miraron, pasaron de largo sin responder al saludo que les regaló. A los pocos segundos salió una chica, con el pelo negro y liso sobre sus hombros, los ojos redondos y grandes, de un marrón oscuro que con la leve luz de las tintineantes bombillas parecían amarillos. Destacaban en la ya habitual piel blanquecina de los habitantes de aquel lugar, y le hicieron que los mirara fijamente. Ella se dio cuenta y le sonrió, él agachó la cabeza avergonzado y dio las gracias mientras recogía un a taza de café que esta traía sobre una bandeja. Sopló sobre el liquido humeante y notó que la muchacha seguía allí frente a él. Levantó la mirada y la vio, tan hermosa como en la primera imagen, realmente deslumbrante. Aún sonreía y eso hizo que el también lo hiciera, entonces se marchó. "Parece que hubiera estado esperando mi respuesta". No pasó mucho tiempo cuando el sueño se hizo cargo de él. No pudo resistirlo, fue inapelable. El sueño fue profundo y apacible, pero el despertar fue terrible. Despertó pocas horas después atado a una cruz de metal. Sus manos, sus tobillos y su cuello. Frente a él, el salón de la casa diez o doce hombres pálidos se alimentaban de los cerdos vivos. Los colgaban de un rail que iba unido al techo por unos soportes metálicos en forma de ele. Tenían las patas atadas por pares, lo que hacia que estuvieran al revés. El animal chillaba con fuerza mientras lo devoraban vivo sin ningún escrúpulo. Bebían su sangre y disfrutaban mientras este tuviera sufrimiento. Le entraron nauseas, nunca vio tal desprecio por la vida y por el sufrimiento ajeno. Terror, eso sintió, cuando se dio cuenta de lo que le esperaba. Tiró con fuertes sacudidas de sus brazos y piernas, pero era imposible escapar. Supo su destino, y empezó a llorar. "Eras más valiente cuando me pedías aumento de sueldo". Abrió los humedecidos ojos y vio a su jefe, el que le envió allí. Ya entendía para que. Cuando salió por la puerta posterior a la sangría todos los demás se quedaron quietos y se echaron a un lado. Se acerco a él hasta estar en frente. Acerco su cara hasta que sus narices se tocaron. "Hoy cenas conmigo." Soltó una carcajada de esas, de las de sus películas de terror. Adrian se estremeció por completo y volvió a llorar. Pero esta vez no cerró los ojos y vio a todos secundando la carcajada con risas y jolgorio. Paco, mi jefe, salio por la misma puerta que entró y los pálidos siguieron devorando al cerdo que quedo desangrándose durante la interrupción. Ya no había otro final, y se quedó mirando la orgía de vísceras y horror que le rodeaba. Pero miró a un lado y vio un gesto diferente. Aquella hermosa chica del grandes ojos le miraba con preocupación. Adrian la pidió ayuda con la mirada y ella empezó a caminar hacia él. En ese momento sonó una campanilla, y los pálidos le desataron y le llevaron hasta la puerta por donde salió Paco. La abrieron y le empujaron dentro. Paco se encontraba sentado en un sofá de piel marrón, con los pies encima de una pálida que se encontraba desnuda. "Adrian, que buen empleado fuiste. Hoy es tu día." Ordeno a la chica que se fuera y se puso de pie. Adrian se encontraba aún de rodillas y a pesar de que hacia muchos años que no lo hacia, se puso a rezar. Cuando Paco se encontraba frente a él, dispuesto a cenar, la puerta salió volando y pasó sobre su cabeza. Golpeó de lleno a Paco que salió disparado contra la pared. Entraron sus ojos, que con destreza y agilidad le cogieron del abrigo y le sacaron por la ventana del caserón. Le cogió sobre su hombro y empezó a correr camino abajo hacia la carretera. Al llegar allí le soltó y con un tremendo salto cruzo la carretera y se perdió en el bosque. Segùn su mirada buscaba una pista de donde se hallaba esa mujer notó un destello a su izquierda, se acercaba un vehículo. Detrás suyo escuchaba los pasos y lo gemidos de los pálidos. Se levanto con lo huesos doloridos por el golpe y se posicionó en el centro de la carretera. Empezó a agitar los brazos para hacerse visible y cuando le vieron,la maravilla. El vehículo empezó a soltar al aire luces azules y rojas, y un sonido repetitivo y estridente que él como conductor siempre odió y que en este momento es lo que mas deseaba. Giro su cabeza y vi el camino que subía al caserón totalmente vacío, y mudo. Vencido y de rodillas de nuevo lloraba otra vez. El coche paró a su lado y los amables policías le llevaron a la ciudad. No quiso nunca contar lo que pasó, era tan increíble que le tomarían por loco. Cogió sus ahorros y negoció con Paco su silencio. Se perdió en el campo, donde nadie supiera. En una granja apartada del mundo, con su piara de cerdos y su mujer amada. (Dedicado al azucarillo)

Ordeno

Buenas y felices noches a todos. Hoy solo quiero desear qué disfrutemos de la afinidad colectiva que estos días nos regala. Como ya es sabido, en estas fechas hasta el mas malo encuentra dentro de si algo de bondad. ¡Imaginaos el bondadoso! Por eso quiero , ordeno (es un recurso literario, sin suspicacias). Que seamos felices, que recibamos lo bueno que nos dan y lo multipliquemos por mil. Hablo de sentimientos, de amor con todos sus significados. Hablo de ayudarse en una enorme cadena universal en búsqueda de nuestros días de felicidad, de amistad, de solidaridad y de paz. Ordeno pues qué obtengamos de nuestros recuerdos trapos que lavar y así quitarle peso a nuestra conciencia, e intentar mantener esta voluntad durante el resto del año. Ordeno también treguas en todos los conflictos, internacionales o personales, y me ordeno también llevar a fin mis sueños e intentar ser feliz. Perdonar este duro sermón y disfrutar al máximo de vuestro entorno. Un saludo.

Alguien diferente.

Era un hombre extraño. Pasaba por la vida con su sonrisa perenne y su bondad admirable, y eso le hacia diferente, raro. No le gustaba el fútbol, rehuía de la política y de la religión, y siempre que una conversación derivaba en discusión, él se quitaba de en medio, incluso a veces daba la razón a su interlocutor por no caer en ello. Amante de la naturaleza, tenia varios animales en su casa, perros gatos, gallinas y conejos. Con ellos se sentía más normal, no tienen malicia y no se aprovechan de él. Devolvía todo lo que se encontraba, nunca se impuso a su mujer, y en el trabajo todos pasaban por delante, siempre cediendo. Casi todo el año era así, apartado por los fuertes y buscado por los débiles sedientos de grandeza. Pero al terminar el año, cuando sus valores se empiezan a desmoronar y piensa que todo esta perdido, recibidos miles de golpes de todo tipo a su carácter afable y tranquilo. Cuando piensa que es momento de cambiar y ser mas fuerte y menos sociable, es cuando llega esa feliz época en la que él se convierte en el mas admirado, y la gente se da cuenta que su forma de ser es lo que realmente hace falta en el mundo. No es arrogante , no sabe que es eso, y no siente rencor, no conoce su significado, solo piensa que ojala todo el año fuera navidad.

Apatía

Hoy no tengo ganas de escribir. Es de esos días en los que las cosas van despacio y el tiempo deprisa, en los que tienes muchas cosas que hacer, pero la apatía te funde con la silla o el sillón. Una y otra vez recuerdas las tareas, y calculas el tiempo que vas a tardar, para cuando te sientas apurado romper tu idilio con el asiento. Así que me levanto apenado, por que no pude regalaros nada, solo como me siento. Y ahora con gran esfuerzo y buscando tenacidad en mis cloacas me despido. Tengo tareas que hacer. Un saludo.

Géneros.

Este es un tema solicitado por Alina mi princesita. La verdad que es un tema complicado puesto que quiere que describa la diferencia entre hombres y mujeres. NNNNNNN bueno, punto primero: Es difícil hablar de este tema sin caer el la comedia, y como habeis comprobado yo soy mas bien lírico, quizás si hubiera sido una mujer podría haber escrito un drama o un romance apasionado. Punto dos: Soy muy distraído y no recuerdo apenas momentos de la vida cotidiana en pareja, si fuera mi exmujer recordaría hasta el ultimo detalle. Punto tres: Como habreis leído en mi artículo de opinión "Fernandismo" creo en la libertad individual y dar mi opinión sobre esto y querer generalizar seria ir en contra de mis creencias, cualquier mujer: "Todos los hombres son iguales". Punto cuarto: Me rasco los huevos por que tengo qué rascar, ............ Punto cinco: Como dije antes nunca he escrito comedia, así que espero no haber dañado ninguna sensibilidad ni ningún ego. No quería mas que decirle a mi amiga Alina que el tema se las trae y que le próxima me pida que le hable de un zapatero (guiño a mi profe Nacho), por ejemplo.

Paciencia.

Cuanta ilusión contenida. Paciencia. Tanto tiempo esperando para ser él mismo y más paciencia. Reuniendo año tras año recursos y ganas. Con el alba como compañera de sus mañanas laborales y el ocaso de sus tardes de sueños. Paciencia, la tuvo, y le ayudo a llegar antes a su destino. Paciencia que a veces se convirtió en su peor enemigo, aliado con la desesperación y el tiempo. Tiempo qué se resistía a pasar, y cuanto más cerca estaba su sueño, más le molestaba. Pero la hizo valer, su paciencia, y ahora saluda al alba también, pero ya no trabaja para conseguir su sueño, si no en él. Su sonrisa es más amplia y su ilusión por fin está libre y juega con sus pensamientos y deseos. Pero la paciencia sigue estando, ya no está impuesta por el tiempo, si no que pide tiempo para mantener viva la razón de todo esto, sus sueños. Sueños que acaban de arrancar y que serán su futuro y su sustento, y que verá crecer, con paciencia. (Para Rafael Almenara, sé paciente y que tengas suerte.)

Locuras de amor.

Le lanzó por el puente como un acto reflejo. Si lo hubiera pensado el día que se enamoró. Hace tiempo que vagar por las calles era su trabajo y su amor no le permitía compartir su sufrimiento. Le lanzó porque le quería, porque realmente le amaba, y se quedó esperando a la policía porque antes de hacerlo ya estaba arrepentida. Su miseria movió sus brazos y su desesperación abrió sus manos. Le lanzó por su locura, por no poder alimentarle, por no poder darle cuidados, por no poder ser buena madre.

Desprecio

Me vino a visitar a mí país adoptivo. Vino para buscar trabajo presionado por la costumbre de comer todos los días. Le vi gesticulando en la entrada del aeropuerto, la gente le veía extraño, y no se paraban ante sus requerimientos. Le vi desvalido y frágil, totalmente perdido. Él, que era orgulloso y responsable, pero también impertinente e incluso a veces despreciable. Pero cuando me vio fue su salvación, se lo vi en la mirada. Me abrazo con fuerza y me besó con ímpetu y repetidas veces las mejillas. Me empezó a hablar, de todo lo que se le pasaba por la cabeza, como si así saliera de su cuerpo el nerviosismo. Le llevé a mi casa y allí si que hablamos. Hablamos de verdad y del futuro, de empezar de cero. Conseguimos un trabajo, un modesto trabajo en un restaurante poco importante del centro. Allí empezó de nuevo a sentirse útil y persona, y a ser persona, cuando su jefe era negro, su encargada peruana y sus compañeros de cualquier color o religión. El que era orgulloso e impertinente, cuando le pedía el café a aquel camarero marroquí con aquel desprecio. (Petición de Inés Félix)

Yo y mi éxito

Este texto está dedicado especialmente a Aida Martínez la autentica culpable de todo esto. Te mereces más pero espero que esto sea lo que esperabas, no me lo pusiste fácil :) Un saludo muy sincero. --------------------------------------------------------------Solo era mediodía, pero ya deseaba que fuera de noche y echarse a dormir. Tanto tiempo libre y tanto vacío a su alrededor. Vacío en una casa llena de muebles y estanterías llenas de libros acumulados durante años. Su conocimiento era superior a los de los demás, pero su soledad también. Toda una vida dedica a estudiar y a estudiarnos. Un eminente científico, si ,eso era, reconocido y alabado por sus camaradas y contemporáneos. Una vida dedicada a conseguir sus objetivos, pero se olvido de vivir y ahora cuando su boca pide con quien hablar, o cuando su mano quiere acariciar, lo que encuentra es el vacío, su vacío. Labrado durante años paralelo a su éxito y que le tiene exiliado del resto del mundo. En estos momentos en los que mira con desprecio la vitrina llena de condecoraciones y trofeos, y su pared llena de títulos y diplomas. Son los momentos en los que se arrepiente de no haber aprendido a vivir. Arisco y de mal carácter se labro su reputación como persona. Sopesando las dos caras de su vida, y sabiendo que tuvo que compensarlas y no lo hizo. Ahora cuando ya su corazón no sabe amar ni sentir, cuando su cerebro le recrimina una y otra vez horas y horas desperdiciadas en saber más y no saber sede sí mismo, es cuando intenta reconocer por un instante su humildad no nata, y su humanidad atrofiada de no usarla. Mira de nuevo el reloj y piensa formas para que pase todo mas rápido, su juramento no le permite dejar morir a nadie pero, ¿y a si mismo? Lo piensa, hace tiempo que lo piensa y sus achaques de la edad le proporcionan una oportunidad de terminar con su agonía. Solo hacían falta unas horas mas para que el reloj de pared y su sonido matemático y hueco movieran su mano hacia su bolsillo. Es la hora de las pastillas, saco la pequeña caja metálica y las esparció por el suelo. No se levanto, no hizo un gesto para recogerlas, aunque algunas eran creaciones suyas, sus hijas y su éxito. Sonrió socarronamente mientras miraba a través de la ventana como caía la lluvia y espero su muerte sabiendo que entrego su vida y su alma por los demás y que lo hacia solo.

Golpeando

Texto escrito para la San Silvestre Salmantina..........................Entre rocas, golpeándolas con mis pies, sorteando objetos imaginarios e imaginarios personajes de diferentes cuentos. Entre historia viva y muerta, y gente, más gente golpeando con sus pies y con fuerza las milenarias rocas. Algunas personas portaban su prole, otras eran de otra parte, y otras eran altas o bajas, pero todos golpeaban con sus pies y con fuerza. Pero las rocas no rompían, ni con el eco del murmullo y el temblor de los golpes. Seguía en pie a pesar de la insistencia y de las prisas, indestructible. Con su coraza de sabiduría y conocimientos, que divagaba entre la más antigua vejez y la más tierna juventud. Buscamos un final al placido sufrimiento, con el cuerpo mojado y la garganta seca. El cansancio se conjugaba con el aliento de los observadores y la belleza que inundaba mis ojos. El final llegó y quiero seguir golpeando con mis pies, ahora para clavarlos, hundirlos bien adentro y reposar.

La soledad y el anhelo

Salió de la cama despacio, como hace cada día, apagó el despertador y se dirigió al baño a recobrar la consciencia. Abrió el grifo y echo agua fría en su cara, y se vio con su pijama de rallas y su gesto triste y apático de todos los días. Escuchó la puerta de entrada y miró su reloj, era la hora a la que venía Marina, su asistenta. Encendió la ducha y cogió la ropa que que tenía preparada desde ayer antes de acostarse. Se desvistió temblando, hacia frío, y encendió un pequeño calentador de aire, el de toda la vida. Hacía mucho ruido, ya rozaba su ventilador y de vez en cuando conseguía que la luz parpadeara. Él siempre pensó que tenia vida propia. Entró en la ducha y a los pocos segundo abrieron la puerta del baño. Marina le llevaba las toallas limpias y secas que quedaban abajo en el cuarto de la plancha, todos los días era en mismo ritual. Era una mujer de mediana edad, muy atractiva y tenía una voz que le resultaba dulce y placentera, alguna vez soñó que entraba en la ducha con el y compartían su esponja. Su solitaria vida se la buscó el solo, con su carácter agrio e introvertido, y su desconfianza perpetua en todo el mundo, menos en Marina. El calentador seguía haciendo ruido y el vapor ya empañaba todo. La puerta se cerro, y otra vez mas Marina no entro en la ducha con el. En su imaginación trascurre el tiempo mas despacio y sin darse cuenta se le echo encima la hora de ir a trabajar. Apresurado salió de la ducha y empezó a buscar las toallas limpias y secas que le había subido Marina. Oyó la puerta de entrada, la puerta del cuarto de la plancha y unos pasos ágiles en la escalera. “Don Manuel disculpe se puso a llover y el trafico está insufrible”. Marina abrió la puerta del baño y vio a Manuel de pie desnudo y pálido. A pesar de su desnudez a ella lo que le llamó la atención fue su expresión, y lo envolvió con una de las toallas invitándole a sentarse sobre el borde de la bañera. “¿Qué ha ocurrido? ¿Que pasó?”. Giró la cabeza y la miro a los ojos. “¿Seguro que acabas de llegar?”. “Si ya le dije, el trafico”. “Alguien abrió la puerta mientras me duchaba, pensaba que fuiste tu”. Marina también se asustó, y se quedó allí mientras Manuel se vestía, no quería andar por la casa sola. Quien fuera entro por la entrada, pero Marina no notó nada en la puerta ni en la cerradura que la hiciera sospechar de una intrusión. Salió Manuel primero, Marina después agarrada a su cintura, los dos mirando a un lado y otro buscando algo fuera de sitio, roto o tirado. No había nada en toda la planta alta y empezaron a bajar la escalera despacio, casi deslizándose sobre los escalones para no hacer ruido y captar cualquier sonido que no produjeran ellos. No notaron nada, solo las pisadas de Marina al entrar y el reguero de agua que dejó su paraguas empapado por la lluvia. Revisaron una a una todas las estancias pero nada. Manuel marchó al trabajo, ya llegaba tarde y Marina se fue con él, no quería estar allí tras lo ocurrido, y le prometió que al día siguiente cubriría las horas que no hiciera. Nada más llegar al trabajo llamó a su vecino para advertirle de lo ocurrido, sabía que trabajaba en casa y le pidió que le avisara si notaba algo. Ese día no se concentró, no pudo hacerlo tras lo ocurrido, solo pensaba en ello. A la hora del almuerzo llamó al vecino y de nuevo a la hora de comer. Fue a su casa a la tarde y miro detenidamente la cerradura de la cancela para ver si estaba forzada y pensó que esa seguramente se la saltarían. El camino de pizarra hasta la puerta de entrada fue examinado en busca de huellas o algo que le pudiera llamar la atención, nada de nada. En la puerta se paró un segundo y escuchó, ni un solo ruido. Saco sus llaves despacio, normalmente tiraba del llavero y salían del bolsillo haciendo campanillas, metió la mano y las agarro todas para que le sirviera de sordina. La puerta chirriaba y aprovecho que pasaba por la calle un camión para abrirla, y asomando solo la cabeza volvió a buscar algo descolocado o caído, nada. Cerro con todas las vueltas de llave que le permitía el cerrojo, y resopló. Otro respingo, no había revisado las puertas y ventanas del resto de habitaciones, corriendo lo hizo para poder descansar lo ante posible. La tarde y la noche pasaron con la normalidad que fue posible, teniendo en cuento lo atento que estaba Manuel a cualquier ruido o destello. Se echo a dormir con la manta sobre la cabeza y tardo un buen rato, pero durmió. A la mañana siguiente el mismo ritual pero sin agua fría, se levanto tan atento que no le hizo falta. Las toallas ya estaban en el baño, como prometió Marina vino antes para compensar lo de ayer. Encendió el calentador y se quito el pijama, entro en la ducha mirando de reojo la puerta. Al rato estando tras las cortinas la puerta se abrió. "¿Marina eres tu?" dijo temblando de miedo. "Si don Manuel, solo venia a hacerle compañía". Abrió la cortina y vio a Marina quitándose la ropa, le miró y sonrió, entro en la ducha con él y le besó. Él la abrazo con fuerza mientras sentía como sus brazos le rodeaban. La puerta se abrió de nuevo, "¿Me llamaba?" Se vio abrazando el agua que caía por su cuerpo. "No perdona, no vi las toallas". "Entonces voy a continuar con mis tareas". Salio de del baño y Manuel de su trance. Durante toda la jornada pensó en lo increiblemente real que fue aquello. Al llegar a casa después del trabajo llamó por teléfono a Marina y le pidió que fuera a medio día si podía, al día siguiente quería estar a solo. Se levanto mucho antes, ilusionado y deseando que el encuentro anterior continuara. Bajo a por las toallas antes de irse a duchar, y al rato de estar haciéndolo se abrió la puerta. "¿Eres tú?. "Si señor". La cortina se abrió y Marina entro, le beso, con fuerza le abrazo e hicieron el amor. Ya todas las mañanas el esperaba a Marina, a la Marina que su mente imaginaba, hermosa y complaciente, llegando incluso a amar a esa ilusión. Empezó a usar su imaginación en otras cosas y cada vez su soledad le hacia mas feliz. Murió imaginándose a Marina, imaginándose que iba a trabajar e incluso imaginando que comía todos los días. Le venció su soledad con ilusiones verosímiles, y él que creía en ella se dejo atrapar.

Bolras Cap. 2º

Emprendimos nuestro camino con la rabia de vernos despreciados por nuestros vecinos, generaciones enteras que convivieron y mantuvieron la población en pie y viva. Exiliados, en silencio mujeres y hombres, pensando en lo que depararía el futuro, y los niños alborotando alrededor de los carros sin saber la importancia de aquel viaje. Tenía en mi cabeza como sería el poblado, y como lo defenderíamos, ya que seguro que nos buscarían para darnos nuestro merecido. Teníamos la zona bien memorizada, el claro junto al lago, la cascada con la cueva oculta perfecta para esconderse o esconder a mujeres, ancianos y niños. El lago estaba al oeste de la explanada, su nombre como el río al que surtía de su caudal, el gran río Goday. Al norte y noreste reinaba la cordillera que separaba los territorios del norte, donde se ubicaba la capital y residencia del Rey, y los del sur, hasta la costa. El mar abarcaba de noreste a suroeste justo hasta la desembocadura de Goday. El río era la frontera oeste, la hacía con los condados feudales de la familia del Rey. Este pequeño territorio ahora descrito, era en antaño zona de pequeñas tribus hermanadas que comerciaban del rio a la montaña y de esta al mar. La invasión por parte de la casta de reyes del norte fue fulminante, al no tener líder ni organización militar no hubo oposición y ahora mismo somos esclavos del Rey. Había un sentimiento independentista importante entre nosotros, solo aplacado por los vigilantes soldados que patrullaban la región y los inmigrantes traídos del norte, la mayoría de ellos burgueses, bien situados por el Rey para influir en las conciencias de la gente. Nosotros ya lo habíamos sufrido, por no pagar nuestros delitos y porque no creíamos en las leyes absolutistas y su ejecución parcial y subjetiva; Nos estábamos convirtiendo en la primera escisión aunque nos costara la vida. La explanada como dije antes, tenía a un lado el lago, al otro la montaña y el resto excepto unos senderos, era bosque. Aquel lugar lo conocíamos bien todos, incluso como para defendernos de los soldados que nos vinieran a buscar. No podíamos dejar de estar preocupados, puesto que los vendidos al reino nos delatarían, si no dijeran nada el incidente con los soldados se iría difuminando en el tiempo hasta desaparecer. Pero estábamos en un problema grave en cuanto sepan quienes somos. Nuestra ubicación es otra cosa, los espías del Rey no fueron de caza nunca con nosotros, evidentemente se trata de un delito, ¿Cómo confesárselo a un vasallo? Los pocos que podían saberlo o imaginarlo eran de confianza y descendientes de los antiguos pobladores, defensores de la idea de independizarnos del reino, ellos no lo harían. En la cordillera habían dos pasos estrechos difíciles de abordar por un ejército mediano, por ahí solo entraban pequeñas avanzadillas fáciles de detener por los que estábamos aquí, incluso por la mitad de nosotros. El problema era el sendero que bordeaba el bosque y el bosque en sí. Nos podrían emboscar fácilmente si situábamos nuestras tiendas demasiado cerca, tendríamos que ponerlas lo más al fondo del claro que pudiéramos, cerca de la cascada y de las cuevas. Además en esa zona los salientes nos proporcionaba buenos atalayas desde las que lanzar nuestras flechas, como buenos cazadores todos éramos diestros con el arco y los niños que desde pequeños por esta zona juegan a cazar con sus hondas a las ardillas y aves por la necesidad trabajar para la familia, y eso ahora nos sería de utilidad. En realidad ya habíamos hablado de vivir allí en nuestras noches de hoguera y piel de vino, sin mesa ni cubiertos, tras una jornada de caza. Nos imaginábamos junto al lago, los niños jugando en las pequeñas playas que se formaban entre las rocas, teniendo la naturaleza a nuestro alcance, con espacio suficiente para cultivar nuestras propias verduras y criar a nuestro ganado. Pero nunca lo hicimos por no tener que mover nuestras familiares y enseres por aquellos caminos, ya eran duros para nuestras monturas acostumbradas a la orografía. Era fácil imaginarse lo duro que sería para los carros y mulas de carga, y sobre todo para niños y ancianos, pero sin quererlo ya estábamos cumpliendo nuestro sueño y quedaba mucho por hacer. Durante el camino comentamos lo ocurrido una y otra vez aumentando nuestro sentimiento independentista, incluso planeando hablar con más paisanos para levantarnos en armas. En la conversación también hubo hueco para nuestro amigo Bolras y para rememorar momentos pasados con él. El viaje pasó lento pero el tiempo rápido y sin darnos cuenta ya estábamos casi allí. Una pendiente poco pronunciada en el sendero, el cual iba ensanchándose según se subía. Al llegar a lo alto ya se podía ver, el lago y la montaña se fundían al fondo y el verde imperante en la ladera, esta vez descendente hacia la posición que ya sabíamos que ocuparíamos. Bajamos de los caballos y nos pusimos a sujetar los carros que empujaban a las mulas por la fuerte pendiente del principio de la ladera. Al terminar la pendiente ya las mulas podían solas otra vez, atamos las monturas a los carros y mis cuatro amigos y yo nos desviamos un poco del camino, hasta un gran pino solitario en la explanada. En el nos protegimos de la lluvia decenas de veces y solíamos acampar resguardados del fuerte y frio viento de la montaña, detrás de su enorme tronco y de una no menos grande roca que parecía salir de sus raíces. Seguía habiendo restos de la última cacería, donde estuvimos Bolras, Jolu y yo hace apenas unos días. Nos sentamos en círculo alrededor da la hoguera apagada los cinco para decidir cómo nos organizaríamos: “ Desde ahora somos independientes y estamos en nuestras tierras ”, todos nos miramos y asentimos convencidos de que era así y que solo nos detendrían con la muerte. Hablamos de la organización del nuevo poblado, situación, tareas e incluso la jerarquía, y decidimos que los primeros meses no montaríamos nada fijo, por lo menos hasta que se calmaran un poco las aguas. Solo nos quedaba ponerle nombre, y fue de lo más discutido en nuestra improvisada reunión. Decíamos nombres de ilustres antepasados, de animales fieros o de ríos y montañas, pero solo nos pusimos de acuerdo cuando Korde se levantó y señaló un grabado sobre la corteza del pino. Era profundo y aun sangraba, “Mío”, eso se leía y debajo “Bolras”. Recordamos aquel día que entre risas y competiciones de fuerza nos jugamos la posesión de aquel árbol. Nos ganó a todos y lo hizo suyo firmando con su nombre. Decidimos lo inevitable, el poblado se llamaría Bolras.

Amistades peligrosas

Mi relación con él fue evolucionando poco a poco. Al principio no me caía bien, con su color oscuro y gesto amargo. Se relacionaba solo con los mayores, y mi juventud y yo buscaba otro tipo de compañía. Luego con los cambios que trae la vida, fui viéndole más a menudo, pero nunca los dos solos. La gente me decía que no sería bueno para mí, y con mi poca capacidad de decisión y mi inocencia aún latente, hacía caso y le intentaba evitar. Pero los consejos hipócritas de la gente diciéndome que no es bueno, mientras ellos lo hacían, consiguió que quisiera conocerle mejor. Empecé a verle por las mañanas, compartíamos tiempo en el trabajo, en los descansos y a veces incluso mientras trabajaba. Jornada tras jornada nuestros encuentros eran cada vez más frecuentes, ahora también a media mañana, después de comer, y para la merienda y a veces a solas. Esa relación estaba cobrando cuerpo, como su cuerpo, que unas veces era fuerte y aguerrido y otras dulce y suave. Ese cuerpo caliente y áspero que me hacía sentir mejor cuando entraba en mí. Como pueden ver esta relación tocó su punto álgido, hasta no poder vivir sin él. La gente ya no me recordaba que no era bueno, yo ya lo sabía, y el tiempo nos dio la razón. Tuvimos que terminar con lo nuestro, y apenado con el recuerdo de los momentos vividos a su lado, me siento solo en la barra del bar. Busco un sustituto, alguno que me haga olvidar al menos un poco a mi querido amigo. Mi tensión ya no sube por nadie, mis nervios se han templado y mi nostalgia se ahoga en un insípido descafeinado de sobre, con leche desnatada. (Para Silvia del Real)

Melodía

Caminaba el anochecer por el sendero que bordeaba el bosque, y que le conducía a casa. Según se acercaba al puente que daba entrada a la urbanización, empezó a escuchar una melodía suave, de piano, de la cual no conocía movimiento ni localización. Al llegar al puente notó que el sonido procedía de debajo del mismo, pero por ahí solo pasaba el agua y se inquietó. A pesar de ello se asomó y no había duda, salia de allí. Caminó deprisa hasta el final del puente, sin dejar de mirar hacia adelante. Aceleró más el paso cuando notó que la música cambió su situación, y ahora provenía de lo alto del puente. No lo pudo evitar, volvió la cabeza, pero nada, el puente de piedra vacío. Antes no lo podía saber, su vista no llegaba debajo del puente, pero ahora, o su oído le engañaba o era su vista. Se quedó un rato quieto, mirando a un lado y otro, intentando localizar la fuente de aquello, pero solo la brisa hizo que una rama cayera de un sauce cercano golpeando la barandilla y cayendo al río. Produjo un sonido metálico que en el silencio sonó a campana rasgada, mezclándose con la melodía y estremeciendo su cuerpo. Volvió a caminar en dirección a su casa, rápido y con la cabeza gacha. Cerro con un portazo al entrar y apoyó su espalda en la puerta resoplando. Echo los cerrojos y se acomodó, como hace siempre al venir del trabajo. Preparó su leve cena, por la noche no comía mucho, no le sentaba muy bien. Se puso el pijama y encendió la televisión. Hizo la cena, un huevo cocido y un poco de pan, su bebida una cerveza, y una manzana de postre, por que se la recomendó el medico. Ya casi había terminado la cena y olvidado la melodía del puente cuando en una parada de su programa, justo antes de los anuncios, la escucho otra vez. Ahora venía de su jardín, de la parte de atrás donde está la piscina. Se asomó corriendo a la ventana y de nuevo nada, pero el sonido no cesaba. “¡Si es una broma no tiene gracia!” El sonido se detuvo, pero su miedo no. Aunque su grito paró la melodía presentía que alguien le observaba, y una rama cayó de un abedul sobre el columpio de hierro que dejaron los antiguos inquilinos, y produjo una campanada rasgada también, pero en diferente tono, mas grave y penetrante, que dejo un pitido en sus oídos al que siguió esa música de nuevo. Convencido de una broma pesada, salió por la puerta y cogió el rastrillo que usaba para recoger las hojas. Lo llevaba en posición de golpear, por encima de su hombro. Dio la vuelta a la casa hasta la piscina y observó. "¡Venga salir de donde esteis!". El silencio era lo que reinaba, y su miedo, solo contenido por su convicción de que era una broma pesada. Dio la vuelta a la piscina buscando el origen de la música, que ahora, venia de todos lados. Se detuvo para que sus pasos no le quitaran precisión a su oído, y de nuevo se estremeció. La melodía brotaba del agua y al mirar se vio, tumbado sobre una cama y rodeado de tristeza. Levantó la cabeza asustado por la visión, y una enorme rama de pino le golpeo la frente lanzándole incosciente a la piscina. Era él, alrededor su gente querida llorando y rememorando. Invocando momentos felices pasados juntos, con esa maldita musiquita de fondo de la banda sonora de aquel aburrido tanatorio. (Tema solicitado por Javier Pascual)

Pena de nada

Hoy era su día, todos sus recuerdos eran rememorados uno a uno en tiempo e importancia, era el momento perfecto para hacerlo. Era joven y su memoria estaba intacta y sonreía, pues solo le traía instantes buenos, los alegres y placenteros. Recordaba cuando era niño y jugaba con su hermano y con su mascota, aquel perrito color crema, peludo, que le mordía el pantalón y los talones para llamar su atención, era una cría, como él. El ansia con la que esperaba a su padre cuando venía del trabajo, siempre traía alguna golosina o juguete para su hermano y su ilusión diaria. Las insistentes y tenaces atenciones de su madre, que cuando la pubertad estalló le dejaron de interesar, incluso le resultaban pesadas. Ahí le cambió un poco el gesto, que desagradecido fué, con todo el amor que ella les prestaba, y su desprecio juvenil. Pero siguió avanzando y vio a su novia, las tardes persiguiéndola por el instituto, buscando cualquier excusa para estar a su lado, y su primer beso, y la primera vez que hicieron el amor. Desde entonces no se separaron, y vino su hija, el amor más grande e incondicional que sintió nunca y que ya no sentiría. La causa de que estuviera allí y la razón de su locura, cuando supo de un abuso y cogió su arma. Ahora morirá él, con la conciencia tranquila y pensando que es lo que debía hacer. (Para Laura Cañadas)

Temblando

El sonido de sus pasos y su eco era lo único que se escuchaba, quizás alguna gota que caía del techo estallándose contra la piedra que vestía el suelo. Temblaba ante el frío y la humedad, ante la oscuridad y lo desconocido. No sabia como llegó hasta allí, tampoco sabía donde se hallaba. Miraba a un lado y a otro, encendiendo su mechero una y otra vez para por lo menos ver donde pisaba. Avanzaba despacio por la lúgubre caverna, no podía ser de otra manera, la oscuridad y los escombros podían quebrar su pie. Seguìa pensando como fue, que pasó, pero no había nada más, solo él y el laberinto subterráneo de agua y roca. Encontró madera, un palo y unas ramas, para alumbrarse y defenderse, no sabía de qué, pero sentía que tendría que hacerlo. Cuando se despertó aletargado, escucho unos leves pasos y un chillido. Solo un chillido que hizo que su vello se erizara. Pasadas unas horas no vio ni oyó nada más que sus pasos. Con la cabeza gacha para caminar con seguridad, notó que algo le pasaba a pocos centímetros de la cabeza y a gran velocidad. De nuevo su vello cobró vida, sabia que algo le acechaba. Cogió con mas fuerza aún el palo y la antorcha de ramas y se giró a un lado y otro bruscamente, buscando lo que le hacia objetivo. Un nuevo chillido y otra rápida ráfaga de aire que le toco el pelo. Su miedo aumentaba a la vez que la frecuencia de los chillidos. Se arrinconó en una esquina con la antorcha y el palo, de escudo, temblando, temblando mucho, pero ya no sentía frío. Los chillidos aumentaron y los oía cada vez mas cerca y mas veces, y de sitios diferentes ala vez. Siguió caminando rápido, en la misma dirección que llevaba, agitando a un lado y a otro la antorcha y el palo sobre su cabeza. Vio una luz al fondo y ahora si que corrió, cuanto mas cerca estaba la luz más rápido iba. Cuando ya estaba casi en su destino, tiró la antorcha y el palo y empezó a llorar mientras gritaba, a veces el placer no supera a no tener miedo. Justo ante de alcanzar la salida, pudo ver a través de la entrada el sol saliendo tras las montañas, y su cara se calentaba con los primeros rayos del alba. Su llanto aumento cuando salió y vio la montaña y el río, la carretera y sus amigos. Cayó al suelo de rodillas y se sintió libre, se sintió vivo cuando el miedo le hizo creer lo contrario, y sintió como la brisa fría y cortante de la nieve de la montaña, le hizo volver en sí. Levanto la cabeza y vio a su novia y a sus amigos, felices por su regreso. Se reían y sonreían señalándome, que amigos mas increíbles tengo, como se alegran de verme vivo. "Tío menuda borrachera (risas), donde te habías metido.(risas) Eres un bufón (más risas)".

Mirar al frente

Solo cuando tus recuerdos superan tu realidad, cuando la vida no supera lo andado, es entonces cuando aparecen. Si mi vida es lo que espero o más de lo que esperaba, esos recuerdos son anécdotas y aprendizajes, simples experiencias vividas y poco más. Pero cuando a tu vida le faltan sentimientos y cosas, cosas útiles o no, pero que te hacían la vida más fácil ayudándote o distrayendo, o sentimientos importantes, el amor, la autoestima y otros más, es cuando se te encoje el corazón y el estómago. Es cuando tu cerebro trabaja en hacer todos tus recuerdos más hermosos de como eran, bajo la influencia de la nostalgia. Y la melancolía, su inseparable compañera del pasado que taladra el corazón con cada destello. Así que he de trabajar el amor y la autoestima, para no pensar que el pasado fue mejor, y si en lo que me queda por vivir. (Un ave Maria por Miriam Sevilla.)

Un día especial

Esta mañana todos nos hemos levantado tarde. El desayuno fue suculento y en familia, es día festivo y comienza la jornada más esperada, con la noche más anhelada. Distracción es lo que necesitamos, para que pase rápido y acumular cansancio para dormir profundamente. Un paseo por la plaza, con sus decenas de puestos de todo tipo, o por el parque con los mejores columpios de toda la ciudad, el tema era pasar el día. A comer al “Mcarthy king”, siempre me han gustado las hamburguesas pero solo las como en ocasiones como esta y rara vez más. Si pudiera solo me alimentaría de ellas. Tras la comida un paseo por la Gran Avenida y algún dulce que nos llamó la atención desde un escaparate. Ya quedan solo unas horas, la ansiedad y los nervios se pueden tocar. Llegamos a casa de nuestro paseo y solo se escuchaban risas nerviosas y gritos histéricos de emoción. La tele encendida hacía de sonido de fondo mientras las especulaciones sobre que será y que traerán ocupan todo el tiempo. La cena está servida, pero se convierte en una carrera de velocidad, con el tenedor en una mano y el cepillo de dientes en la otra. Ya están todos acostados pero nadie se ha dormido, será cuestión de tiempo que entre el sueño y el cansancio en escena. Ya no se escucha ni un ruido, yo estuve esperando en silencio. Me levanto de la cama sin calzar mis zapatillas para no hacer ruido, fuí al salón donde mañana se hará la maravilla y la ilusión lo inundará todo. Abro los cajones del mueble del salón, donde sé que esta el misterio. Paquete a paquete coloco todos sobre el sofá. Hay para todos, para los niños, para mi mujer y para mí. Y sonrío pensando que la felicidad de mi familia, es mi ilusión de todos los días. (Para Silvia García)

Mi eterna amiga

Texto escrito por José Antonio Guerra.-----------------------------------------------------Para que ser buena persona. Para que ser alguien que en verdad sabes que a nadie le importa. Para que ser al que todos buscan pero que luego nadie quiere. Para que ser amable y hacerte querer si luego nadie te quiere. Para que ser cariñoso si luego para ti no hay cariño. Para que ser una ayuda si luego nadie lo quiere. Para que ser un hombro de apoyo si nadie lo pide y sufre en silencio. Para que ser persona si el mundo está lleno. Para que ser alguien que tarde o temprano nadie recordará. Para que ser quien soy si no vale de nada ser. Para que quiero la felicidad si no existe. Para que creer en la eternidad si mi alma ya está condenada. Una condena pequeña por tanto dolor y sufrimiento. Dolor y sufrimiento por creer en algo que no está hecho para mí. Solo hay algo que muchos no quieren y otros adoran. Ese algo se llama soledad. Soledad que nunca te abandona y siempre está contigo aunque no la veas. Compañera de ahora y siempre, dame el abrazo que yo ansioso espero. Para saber que hay alguien a mi lado. Que hay algo que me espera y esperara siempre. Esta y estará siempre a mi lado y siempre sé que me esperará ahora y en la eternidad. Querida soledad siempre estaremos juntos. Nada nos va a separar.

Sobrevivir.

Segundo relato elegido por vosotros por los votos que dejasteis en las encuesta. Como siempre digo, espero que os guste. La siguiente encuesta la colgaré mañana. Dejar vuestras sugerencias en la pestaña "Encuestas blog" en www.durosermon.es, gracias por animarme a seguir escribiendo.---------------------------------------------------------------- Me despertó un fuerte dolor en la cabeza. Al abrir los ojos que se cegaron con el sol de mediodía, y los cerré otra vez. Entro en juego el oído que dibujaba en mi mente imágenes de los cientos de documentales que había visto, sobre todo los de vida salvaje e inexplorada. Un escalofrío Inundó mi cuerpo y recordé que hace un momento iba volando en un viaje de negocios y quedaba poco para llegar a Peru. Giré la cabeza para no cegarme otra vez y el verde intenso dio la razón a mi oído. El olor a combustible casi no dejaba percibir la humedad dominadora de todos los sentidos, e incorporarse era una tarea complicada. Mi equilibrio estaba gravemente dañado por la conmoción, pero conseguí incorporarme, todavía mirando al suelo. Al intentar levantar la cabeza, un dolor intenso en la frente me hizo agacharla de nuevo. En el flash que pudo capturar mi retina durante ese segundo, vi una gran franja destruida entre la vida descontrolada de la selva y trozos metálicos aún humeantes. Intenté levantar de nuevo mi cabeza, esta vez despacio. Poco a poco la escena se iba enfocando, dejándome ver lo terrorífico de lo ocurrido. Varios minutos estuve vagando entre los pedazos del avión y de los tripulantes y viajeros, viendo cosas que mi mente no quería asimilar. Estas imágenes me bloquearon como para no darme cuenta que tenía que intentar sobrevivir, nunca antes vi algo así que no fuera en el cine, esto era real. Cuando recuperé la cordura arrebatada por esas visiones, empecé a recoger todas las cosas que me fueran útiles, mientras pinchazo tras pinchazo mi frente llamaba la atención sobre la enorme herida que tenía. Encontré una manta libre de combustible y otros fluidos, que seguramente fue el lecho de muerte de alguno de mis compañeros de viaje, y me vende la cabeza. No había mucho que aprovechar, pero junto a una de las alas vi una nevera de las que llevan las azafatas cuando reparten la bebida y algunas comidas. Del ala caía un hilo de queroseno que ya había formado un charco bajo ella. La proximidad de la cabina del avión y algunos chispeantes cables que colgaban del techo me hizo recordar otra vez, pero ahora una película o dos, o más, con esta escena. No tenía porqué estallar, los cables estaban a medio metro del charco y además la nevera ocupaba el otro lado. Me acerqué lo más rápido que mis golpeados huesos me permitieron, y agarre con fuerza el asa de la nevera. Pesaba mucho, seguro que dentro tendría comida y bebida suficientes para esperar que vinieran a rescatarme. Me di la vuelta velozmente y me alejé de allí. Respiré profundo, como en las películas siempre sale bien, pero sin explosión y sin salvarme justo a tiempo. Un fuerte estallido, una invisible fuerza me hizo tambalear, y algo de nuevo golpeó mi cabeza. En un sobresalto abrí los ojos, mientras mi cuerpo seguía agitándose. Una sirena golpeaba mis oídos y una mascarilla mi cara. Metí mi cabeza entre las piernas, como me explicaron antes de despegar y pensé que a veces los sueños se hacen realidad.

Honradez

En agradecimiento a C.E.P.A “El Ponton” y a todos y cada uno de sus integrantes, no solo por su gran trabajo para la sociedad enseñando, administrando y manteniendo el centro, si no por el apoyo y la ayuda que me han y están prestando. Un saludo muy fuerte. [Texto publicado en la gaceta cultural “Pontoneando” de diciembre de 2014.] -----------------------------------------------------------------------------------------. Era un niño cuando llegaba con ilusión a la mesa electoral. Donde mis padres me dejaban meter el sobre en la urna. Un simple gesto en un segundo que me hacía sentir mayor. Deseaba que llegaran mis dieciocho, no solo para votar claro, pero era una de las razones. Solo tenía la sesgada opinión de mis amigos y conocidos, la poca información que me llegaba mientras mis padres veían el telediario y yo veía musarañas. Son mis padres y ellos no han dejado de votar nunca, porque antes no podían, y yo sigo su ejemplo y no he dejado de hacerlo nunca. Cuando pude votar por primera vez fui hasta nervioso. No es solo meter el voto en la urna, es levantarte el domingo en familia. Preparar la hora para luego ir al bar y debatir entre unas cervezas que pasaría. Cuando entras en el colegio electoral, con toda esa gente marcada con tarjetas y toda esa policía. Escoger la papeleta meterla en el sobre y oír como te nombran en alto y dicen, “Vota”. Era hasta un día divertido y esperado. Pero cambiaron mis costumbres y mi inquietud por la política aumento, cambiando la emisora musical por la generalista. Fue un problema ideológico y moral cuando mi idealizada política y mis venerables mandatarios se convirtieron en eternos sospechosos. Desde entonces no he dejado de votar a uno u otro partido, incluso alguna vez en blanco, pero siempre fui. No elegí a ninguno porque aún no vi un programa en el que te prometan lo que el pueblo realmente anhela. Lo que haría que todo funcionara mejor y fuera más justo para todos. Lo que movería de verdad a la gente disconforme o hastiada a volver a votar. Lo que se espera de todos y cada uno de nuestros políticos. Ninguno hasta el momento enarboló esa bandera. La honradez.

Descarga

Una descarga eléctrica y mística paralizó mi cerebro. Por un momento no supe que hacer. Hace un instante estaba tranquilo y seguro, estaba dispuesto a dar el paso que cambiaría mi vida en todos los sentidos. Pero no sé qué me pasó. De repente recordé momentos de mi vida, cuando avisaba al tendero si me daba mal la vuelta, cuando a alguien le caía una moneda y yo la recogía o cuando veía que la maestra se había equivocado con la nota, yo se lo avisaba. Momentos en los que estaba más pendiente de esas cosas. Que me ha pasado, casi perdido en una vida que no me merezco, si hubiera seguido atento esto sería diferente. Estoy sucio y bien vestido, estoy raquítico pero bien alimentado y lo peor, estoy loco y no consigo cordura. Me he dejado a mi suerte, y mi suerte es mi condena. He pasado de ser Yo a ser alguien. Es así que en ese instante, cuando lo único que separa de dar un paso atrás y ser persona o estar más lejos de lo que yo era, es una pluma estilográfica, recuerdo mi antiguo niño y hombre honrado y echo atrás mi mano. “Lo siento señores, ahí va una guardería”.

Dejar en paz.

Para escribir estas lineas no he tenido que invertir mucho tiempo, ni he tenido que utilizar la imaginación. Gracias a gente de mi entorno, no diré cual de ellos, pero si que son los inspiradores de este texto. Con la edad que tengo y que todavía no espabile. ¿Por que se reclama en esta sociedad mas sinceridad, sociabilidad, bondad., si son cualidades obsoletas? Ser abierto y transparente te hace vulnerable, porque el instinto depredador no se ha evaporado de nuestras entrañas. Y escribo esto apoyado en la rabia que siento ahora mismo, pero no por mi, si no por las otras personas que se ven afectadas por mi actitud ante la vida. Pero, ¿Quien tiene la culpa?, yo por ser abierto y sociable, o ciertos carroñeros aburridos de sus vidas y que no solo se crean sus propias ideas, si no que las hacen reales y las difunden. Bien, se ve que yo, por que hasta las personas que estimo y se han visto afectadas por mi pensar que todo el mundo es bueno, me han recriminado estas cualidades. Que debo hacer, ¿Convertirme yo también en un depredador de vidas ajenas como ellos? o ¿Ponerme como gato panza arriba enseñando las uñas y defendiendome de sus ataques con los míos?. Bien, lo siento, saldré de esta mientras a mi moral le queden los huesos para apoyarse, metido en mi burbuja aislante, protectora y curadora, totalmente impermeable. Se supone que en este espacio solo entro yo, pero esta vez se viene conmigo la decepción por la confianza violada y la tristeza de ver que la vida le da razón a estas reflexiones. Enhorabuena a los que no les gusta como soy, a los que no les gusta como vivo y lo que hago, o simplemente a los que mi despreocupada vida les molesta o les produce algún sentimiento encontrado. ¡Lo conseguisteis! Me apena no terminar de conocer a otras, las cuales no tienen culpa, pero igual que yo no la tengo para ser pasto de las hienas, ellos no la tienen para no contar con mi confianza, las alimañas se esconden entre las flores y no se las distingue bien. De verdad lo siento. Esto también y de nuevo, me muestra que la confianza solo se puede dar a contadas personas y que mi idealista sociedad desnuda de morales y tapujos es utópica, imposible. Nunca abrazare a esta humanidad corrompida e insufrible, llena de hipocresía y rencor. Intentare seguir con quien me entiende haciendo la mía propia, hermosa y realmente social, sin miedo a malicias inmerecidas, con mis personas queridas y estimadas. Seguir cargando contra mi burbuja que a mi y a ella todo esto nos da igual, y dejar a las personas que estimo y que no tienen ninguna culpa de mis actos, ni de ciertas coincidencias o afinidades, que vivan tranquilas aunque para ustedes se convierten en sospechosas. Dejarlas en paz, por favor. ( Cita: “Si alguien que lo lea se viera retratado, sépase que se hace con ese destino”. Silvio Rodríguez Domínguez. )

Inocente.

Siempre me lo he creído, porque no hacerlo de mis mayores y personas queridas. Me lo creía todo hasta el punto de hacerlo mío, y como no darle veracidad, cosas sobre cualquier ámbito de la vida. Las defendía con vehemencia en mis discusiones infantiles y que luego siendo más mayor al exponerlas ante otras personas, la mayoría de las veces me dejaban en evidencia, me sentía avergonzado, les odiaba. Ahora veo a los niños y niñas, chicos y chicas, dando por ciertas afirmaciones que no son suyas, y no veo a unos listillos, si no a unos confiados adolescentes, a mí me pasaba igual. Aprendí a documentarme y a verificar toda la información que me llegaba, para que no me pasara lo mismo más veces. También a crear mi propia opinión sobre las cosas. Ahora con el tiempo, tras cigüeñas y reyes magos, tras el coco y el hombre del saco, después de darme cuenta que no todo en esta vida es lo que parece, agradezco el esfuerzo sincero de mis padres y allegados por conservar en mi lo máximo posible, una cualidad que irremediablemente se pierde y no regresa, y que sin duda alguna es de las más hermosas del ser humano. Una cualidad que por la maldad de los hombres poco a poco va desapareciendo, la inocencia. (Para Elena María Córdoba)

Buscarse la vida

No quiero dar detalles, pero hoy es de esos días en los que como el resto de los mortales salgo para ganarme la vida. Una camiseta ajustada y bien ceñida bajo mi uniforme corto y colorido, cuando se adentre la noche hará frío. Un pantalón corto, la depilación bien hecha, siempre me miran las piernas, y unas medias a juego con camiseta y pantalón. Las botas es indiferente, ahí me da igual que pegue o no, es mi toque personal y así llamo más la atención. Lo único bueno que tiene mi trabajo es que gano mucho dinero en muy poco tiempo, pero me expongo a estar en boca de todos y que juzguen continuamente mis acciones. Voy al campo y me apoyo en un poste esperando que vengan a darme trabajo. Durante mi jornada la mayor parte del tiempo no hago nada, pero cuando toca hay que hacerlo bien, si no se pueden enfadar y es muy desagradable. En la juventud no me imaginaba que me dedicaría a esto, pensaba en otras profesiones, no digo que más dignas, no soy quien para decidir eso, pero seguro que no era esta. Tengo que aprovechar mi tiempo al máximo, cuando tenga más edad ya no podré ejercer. También debo estar en forma, con el talento no basta, lo que me da pereza es ponerme a estudiar, por eso estoy ahorrando, me montaré un negocio. Al final me acabó gustando, aunque como dije antes no pensaba dedicarme a esto, yo quería ser delantero. (Para Ivan Hernández).

Mañanas

Arrastro los pies por la casa. Los arrastro hasta el baño, echo agua en mi cara y luego hasta la cocina. Intento desayunar algo que me aporte energía, pero mis problemas digestivos, igual que otros, solo me dejan tomar un poco de leche de soja y una tostada integral, menos mal que el café no lo tengo prohibido. Vuelvo arrastrando los pies hasta la habitación, y saco la ropa para hoy. Mi falta de coordinación me afecta en este sentido, vuelvo a ponerme la camiseta, esta vez al derecho. El pantalón es un suplicio, lo que me cuesta agacharme para meter las perneras, con el dolor de espalda que tengo. Vuelvo arrastrando al baño, a terminar de intentar arreglarme, por lo menos para que en el trabajo no noten mucho lo demacrado que estoy. Voy arrastrándome hasta la parada de autobús. Lo que me cuesta subir el pie al escalón, no sé por qué esta línea con la de público que tiene, no este adaptada para minusválidos. Bueno, dentro de un par de horas, cuando termine de despertarme ya no me sentiré como tal. Odio madrugar......(Dedicado a Lara Cebrián)

Confesiones

Era el momento crucial, ya estaban todas las cartas sobre la mesa, solo quedaba confesar la verdad para salvar la libertad de mí amigo y defendido. Miré a mí alrededor, todo el mundo me observaba, la familia de mi amigo y la mía, casi todos los amigos y conocidos del pueblo. La gente sabe que él es buena persona, sería incapaz de hacer algo así, de asesinar a alguien. “Quisiera aprovechar este momento para aportar un último dato”. Mire fijamente a mi amigo, y luego a mi mujer con cara de arrepentimiento. “Estuvo conmigo en un hotel aquel día, tengo aquí el recibo”. Nuestras mujeres se miraron extrañadas. “Además dormimos juntos, es imposible que él lo hiciera”. Al oír esto un murmullo inundó la sala, y nuestras respectivas mujeres, cogieron a los niños y salieron entre sollozos. Los vecinos, algunos de ellos con la boca abierta y otros riéndose mientras nos señalaban, no daban crédito. El juez llamo a orden, y se fue a su oficina con el resguardo de la habitación de matrimonio. Mi amigo alucinaba más todavía, no entendía nada, pero estuvo callado, asintió todo lo que dije y agacho la cabeza. Inocente, así quedo tras mi confesión de infidelidad homosexual. Ahora quedaba hablar con las señoras y contarles que tengo un amigo recepcionista en un hotel y que era una treta. Lo que no le diré a mi mujer es que el recibo era auténtico.

Bolras Cap.1º

Íbamos al galope, lo más rápido que podían los caballos. Huíamos de una avanzadilla de soldados, que se empeñaron en confiscar nuestra comida, agua y monturas en nombre del rey. Estábamos acampados, cazando algunas piezas para alimentar a nuestro pueblo, el problemas es que todos los animales y personas que viven en esta región pertenecen al rey. Eso nos convertía en delincuentes, le estábamos robando, y los soldados quisieron cobrar la afrenta en su nombre. Hubiera sido mejor pagarles allí mismo y olvidarnos, pero querían todo, incluso nuestras pertenencias. Si nos llevaran ante el rey nos cortaría la mano, o algo peor. Preferíamos la muerte, por eso para escapar sesgamos el cuello de uno de ellos, y el pie derecho de otro, subimos rápido en las monturas y salimos al galope. Corrimos en dirección contraria a nuestro poblado, para evitar represalias y sin las piezas que tanto nos costó conseguir, las tuvimos que dejar allí, junto al otro cadáver y al que lo sería. Menos mal que no había ningún arquero, si no nos cogían no podrían hacernos nada, además nuestros caballos estaban más acostumbrados a los pedregales y senderos de montaña. * Cuando vieron que sus monturas no daban para más, dieron la vuelta a paso lento hacia donde quedaron los cuerpos de los animales y sus compañeros. Nos detuvimos, pero no bajamos de los caballos, no nos fiamos nunca de los soldados, y empezamos a pensar que hacer. Eso no podía quedar así, seguramente que nos perseguirán sin descanso días, semanas o meses, incluso años. También cabía la posibilidad de que descubrieran nuestra procedencia y el poblado entero pagaría nuestra culpa. Dos soldados muertos, bueno uno y otro muy mal herido y además robando al rey. Decidimos dar la vuelta y reclamar lo nuestro. Y si era necesario matar a todos lo haríamos, solo éramos tres, pero más valientes y teníamos arcos, eso nos hacía poderosos en el sigilo. Nunca pensarán que volveremos a por nuestras piezas y nuestro carro, y menos aún que les daríamos caza a ellos. Ya nos daba igual, lo importante era alimentar a nuestro poblado, nuestras mujeres e hijos, y a nuestros mayores que siempre nos procuraron alimento y protección, ahora nos tocaba a nosotros. Les empezamos a seguir, controlando siempre su situación y aprovechando el superior conocimiento del terreno que teníamos. La persecución fue larga y el lento regreso hizo que casi entrara la noche antes de llegar a donde empezó todo. Tras la vegetación nos ocultamos y observamos. Uno de ellos desplumaba un pavo silvestre de los que cazamos, pensamos que así tendríamos la cena hecha. Dos soldados cavaban sendas tumbas, y otros dos recogían el cuerpo del degollado. El jefe de la cuadrilla estaba sentado observando a otro de los soldados como hacia un fuego. El que perdió el pie yacía con un torniquete sobre el tobillo, la cara pálida e inexpresiva y los ojos abiertos como platos. Tenía los brazos entrelazados, lo último que sintió fue frío. Era el momento, todos distraídos sin imaginar que les acechábamos. La primera flecha atravesó la cabeza del jefe por el ojo izquierdo, cayo hacia atrás ya muerto. Las otras dos fueron para los cocineros, uno por la boca y otro en el cuello, estos quedaron en el suelo agonizando, uno ahogado en su propia sangre y el otro se retorcía entre convulsiones. Bolras salió espada en mano contra los de las tumbas, Jolu y yo arremetimos contra los otros dos, los cuales cayeron casi al instante estoqueados en el pecho, estaban desarmados. El problema lo tuvo Bolras, después de seccionar la nuca de uno de ellos, el otro se dio la vuelta rápidamente y le golpeó con la pala en la cabeza cayendo al suelo y dejándolo inconsciente. Jolu sacó su daga y la lanzó contra el soldado acertando en el hombro, lo que no le detuvo para golpear de nuevo, ahora en el suelo, la cabeza de Bolras, esparciendo todo tipo de fluidos que le salían por nariz y boca. Me lancé sobre él cargando todo mi peso, cayó de espaldas, la daga terminó de atravesar el hombro y con ello mi mano izquierda, Jolu agarró con fuerza su espada y le decapitó, luego partió por la mitad la cabeza inerte del soldado, viendo a su amigo muerto. Bolras murió por un despiste, ataco a quien no estaba armado, si hubiera atacado primero al que tenía la pala no le tendríamos que enterrar también. Yo me levanté con la mano ensangrentada y un dolor horrible, cogí mi espada y la clave entre los ojos del cocinero que aún convulsionaba, un poco de humanidad en esta sangría no estaba de más. Primero enterramos a Bolras, le dimos honores, como merecía, una breve oración por su alma, y amontonamos los cuerpos de los soldados en otra tumba diferente. La piezas cobradas durante la cacería seguían sobre el carro, menos el pavo que ya desplumado y lleno de diferentes sangres y otras secreciones, fue enterrado junto a los soldados. Pensé que era su última cena y sonreí. Debíamos darnos prisa en ir al poblado, no creo que tardaran mucho en echar de menos a los soldados. Calculamos que entre cuatro y cinco días para que empezaran a buscarlos. Recogimos todas las armas y armaduras, que ya despojamos de los cuerpos y las echamos en el carro. Las monturas también, todo los que nos fuera de utilidad y no dejar ninguna pista de lo ocurrido. Emprendimos el lento camino de vuelta con nueve caballos más y sin nuestro amigo Bolras. Al llegar al poblado en el centro del territorio hablamos con el consejo. Esto no traería nada bueno para la región, y la mayor parte de las sospechas recaerían en los poblados más cercanos a la última zona donde fueron vistos. En vez de apoyarnos nos sugirieron que nos fuéramos lejos, que traeríamos la desgracia al poblado por lo que hicimos. Intentamos razonar con ellos, buscar una solución. Pero finalmente nos mandaron al exilio. Cuanto más hablábamos, más fuertes eran sus miedos. Recogimos a nuestras familias, tanto Jolu como yo y la familia de Bolras que nos siguió. También vinieron Tony, Korde, Sefy y sus respectivas familias, mucho compartido para no seguir haciéndolo. Y los amigos y familia de Jolu. En total diez familias: tres ancianos, doce hombres, once mujeres, cuatro adolescentes y siete niños. Formábamos una caravana para fundar en el exilio, por querer sobrevivir. Emprendimos camino a la montaña, a unos hermosos llanos justo en la ladera, muy cerca de la protección de los recovecos y cuevas que conocemos de nuestros días de cacería. Nos despedimos de quien no nos odiaba, y nos fuimos. Ahora empezamos nuestra propia historia.

Carroñeros

Qué vida más triste, esperando que alguien muera para tener que llevarme algo a la boca, para poder alimentar a mi familia. Enfundado en mi traje negro de asustar. La gente nos ve tenebrosos y nos relaciona, y lo entiendo, con la muerte. Siempre hubo un halo de misterio alrededor nuestra. Mucha literatura y mucha imaginación colectiva que nos ha convertido, según ellos, en unos carroñeros. Yo no hago más que buscarme la vida, como ellos hacen para alimentar a sus familias, acudiendo a sus puestos de trabajo cada día. Pero no nos entienden, no entienden nuestra necesidad, no entienden que tengamos que sacar nuestro sustento de la muerte de los demás. No entienden tampoco que estemos todo el día de arriba a abajo buscando la siguiente defunción. Hay mucha competencia, eso tampoco lo entienden. A veces nos lanzan cosas, incluso a alguno de los nuestros le han disparado. No entiendo la sin razón humana igual que ellos no entienden mis graznidos. (Para José Antonio Guerra)

Un liquido

Aquel liquido asqueroso, amargo y amarillento. La primera vez que lo probé, siendo un niño, me pareció tan repugnante que juré que nunca más lo probaría. Lo curioso es que no recuerdo cual fue la siguiente, pero al final me acabó gustando. Nadie me obligó, solo que con el tiempo, el sabor dulce de los refrescos me acabo empalagando. Mi paladar y yo cambiamos. Cambiamos porque las personas, según crecen y se relacionan, cambian sus hábitos y gustos. Todas las cosas tienen su momento. Pasé por todas ellas, por todas las que pasa cualquier adolescente, no quiero dar detalles. Pasé también por beber diferentes licores, con variedad de gustos y graduaciones, pero siempre estaba ese líquido amarillento y amargo, y ahora a mis cuarenta, sigue estando. Mientras hago la comida, cuando llego a casa del trabajo y sobre todo cuando quedo con mis amigos, siempre esta. Es por eso que no sé qué me pasara mañana, ni que será de mi vida, pero a no ser que un señ@r con bata me diga que lo deje, siempre me tomaré unas cervezas, fresquitas, amargas y amarillentas. (Dedicado a Riky. Un saludo muy fuerte a la familia.)

El orgullo de Bolras.

Que calor hace aquí. Llevábamos dos semanas destacados en el sur de la región. Junto a la desembocadura del gran rio Goday en el mar. La razón de que estemos tan lejos es proteger la frontera de nuestros “amigos”. Hace un tiempo, mi señor, el Duque de Bolras, discutió fervientemente con el Rey. Este empezó a exigirle también a los nobles algunos impuestos y mi señor se negó. En ese momento el Rey se enfadó, pero no hubo conflicto, ya que el Duque le tenía cedida su guardia personal, los mejores hombres de Bolras. Tuvo que hacerlo porque la capital se encuentra muy al norte, casi en la frontera. Las relaciones con nuestro vecino eran buenas, pero el hecho de que estuvieran en conflicto con un antiguo aliado, hizo que el Rey quisiera tomar precauciones y concentrara gran parte de su ejército en la zona e indicara a los nobles que enviaran sus mejores hombres para reforzar su guardia personal. Eso apaciguó las aguas un tiempo, pero al terminar el conflicto en el norte, y normalizarse las cosas, el Rey reunió a toda la nobleza. En aquella reunión se debatió de nuevo el tema de los impuestos, casi todos los nobles accedieron, pero mi señor no estuvo de acuerdo y el Rey ya sabiéndose a salvo monto en cólera y ordeno al Duque y a su Guardia que se marcharan inmediatamente. Les advirtió que si no le daban un diezmo a sus emisarios mandaría al ejército. La amenaza era seria, y mi señor lo sabía, pero no estaba dispuesto a entregar ese diezmo en una de las peores cosechas del año. No iba a permitir que su pueblo pasara hambre para que el Rey fuera más rico y sus vasallos se alimentaran bien. El ducado de Bolras ha sido gobernado por su familia desde que los hombres recuerdan, y el pueblo es leal porque nadie paso penurias nunca allí y bajo su gobierno no sería la primera. Siempre fueron justos y rectos, ganándose el respeto de todos sus súbditos. Ahora tendría que reflexionar al respecto. Pasada una semana llego el emisario con diez soldados y un carro. Venia dispuésto a volver con los impuestos. Fred, nuestro señor, se reunió con él. A los pocos minutos, el emisario salió trastabillado y acabo por caer al suelo, Tras el salió Fred, enfurecido, con la cara desencajada, “No puedo permitir tanta arrogancia y menos de un simple emisario, vuelve con el Rey y dile que si quiere su diezmo que mande a alguien con compostura, o que venga él”. El emisario recogió su libro y salió del edificio en silencio pero aprisa. Hizo un gesto a los soldados y sin apenas reponer fuerzas salieron del castillo de vuelta a la capital. El Duque reunió a sus oficiales sin demora. Después de una breve arenga, los oficiales de rango bajo salimos de la sala, y quedaron Fred, sus consejeros y los generales. Los demás estuvimos esperando órdenes. Pasadas un par de horas, citó de nuevo a los oficiales, esta vez al alba y solo con los generales. Mañana sabremos qué suerte nos depara. Me levante un poco cansado, casi no dormí. Llegamos a la sala del consejo, otra vez. A todos nos asignaron batallón y destino. El Señor no se fiaba del Rey y quiso distribuir sus tropas por el territorio. El rio Goday bordeaba la frontera oeste y parte de la norte, el resto daba al mar y a una cordillera. La zona de costa estaba ya protegida por las fortalezas remozadas y reforzadas, ante una anterior amenaza. Y en las montañas tan solo dos pasos escarpados, por los que un ejército que fuera capaz de tomar el castillo tardaría meses y podría ser fácilmente detenido. El problema estaba en los puentes que daban paso al condado de Marrion y que cruzaban el gran rio. Su gobernante era primo del Rey y un leal servidor, era una amenaza importante. Tres eran los puentes, me destinaron al más al sur, junto al mar. También teníamos la misión de reclutar en los poblados desde el primer puente hasta la costa. Formé a mis hombres al salir de la reunión y les informe de la misión. Les ordené que pasaran la tarde con su familia, porque el tiempo de la misión era indefinido e igual tardaríamos mucho en volver. Les mentí, bueno no del todo, pero no les dije que una posible guerra se avecinaba y que igual algunos de nosotros no volveríamos nunca. Y aquí nos hayamos, junto al mar. Mis doscientos jinetes, veinticinco reclutas, la cuadrilla de intendencia con sus carros y yo. Por el puente solo pasan campesinos y apenas vimos movimiento de tropas al otro lado. Los días pasaban haciendo rondas de guardia, patrullas por la vereda del rio y formando a los reclutas. A veces visitábamos las cantinas del poblado cercano. Estábamos convencidos de que era una medida preventiva, y pensábamos que lo más seguro es que no pasara nada, que hablarían entre ellos y no se derramaría sangre. En el fondo creíamos que solo era cuestión de tiempo que nos mandaran de regreso a casa. Una estela de polvo se veía en el horizonte, alguien venía a gran velocidad por la llanura. Según se acercaba distinguimos el estandarte de quinto batallón, eran los compañeros apostados en el segundo puente, el más cercano a nosotros. Esperamos pacientemente su llegada. Entro en el campamento sin bajar el ritmo, saltó del caballo al llegar a mi posición. “!Señór estamos siendo atacados, necesitamos ayuda inmediata!”, estaba jadeando y tenía cara de estar muy asustado. “Son más de diez a uno debemos partir cuanto antes”. Ordené a mis soldados que se prepararan para la batalla, todos incluidos los reclutas e intendentes. Si el paso intermedio era ocupado, no servía de nada que estuviéramos aquí. Calcule, sabiendo que en el paso intermedio eran cerca de seiscientos hombres entre caballería e infantería, que nos enfrentábamos a unos seismil. Antes de salir uno de mis hombres me indico que mirara al rio, la visión fue descorazonadora, bajaban cuerpos flotando, junto a restos de la batalla. Se me encogió el estómago, ahora si me lo creía y toda la teoría ahora la pondríamos en práctica. Algunos de los míos habían luchado ya contra bandidos y maleantes, pero la gran mayoría nunca. Unos por su juventud y otros porque no se dio el caso. Todos hicieron prácticas con compañeros, pero eso no me tranquilizaba. En la dantesca imagen del rio me acompañaba uno de mis ayudantes y hombre de confianza. Me advirtió. “Es mejor que los muchachos no vean esto, les haré formar tras la loma”. Ya formados y listos, les dirigí unas palabras de ánimo y partimos. Las columnas de humo nos indicaban la ubicación de la batalla, era justo en uno de los poblados que había junto al rio y donde reclutamos a diez de los chicos que nos acompañaban. No podíamos ir más deprisa, los carros de la intendencia nos ralentizaban, pero dejarlos atrás sería dejarlos a su suerte, y eran mi responsabilidad y nuestro sustento. Según nos acercábamos empezamos a sentir olor a quemado, a diferentes cosas quemadas y al subir una pendiente hacia el llano lo empezamos a ver. Nuestros compañeros yacían en el suelo junto a los enemigos y algunos campesinos que intentaron seguramente defender a sus familias y sus casas. Las mujeres lloraban a sus muertos mientras los cargaban en carros, y los alejaban del poblado a una gran pila ardiente. No había tiempo para el dolor. Los compañeros oriundos de allí salieron de la formación buscando a sus familiares. Solo ellas sobrevivieron. Al ver venir al enemigo, era costumbre mandarlas a lugares secretos, y protegerlas, sin ellas no habría futuro. Solo viendo su reacción tras la batalla, apagando fuegos, deshaciéndose de los cadáveres para evitar infecciones, manteniendo a los niños en el escondite para que no presenciaran tanta destrucción y socorriendo a los heridos, me hacía sentir orgulloso de ellas. Pero ya no tenían tiempo para llorar y lamentarse, había cosas más importantes que hacer, incluso algunas limpiaban y amontonaban las armas y armaduras que se podían utilizar otra vez. Ordené a los diez chicos que se quedaran allí con ellas y las ayudaran a cuidar de los heridos, a proteger lo poco que les quedaba en su poblado y reconstruirlo. También ordené al oficial intendente que dejara parte de nuestros víveres, y de agua potable. Partimos siguiendo el rastro que dejaban los enemigos. Pensé en la inevitable batalla, y en si llegaríamos a alcanzarles antes de que llegaran al castillo. Pero me acorde que en el camino había otro poblado, y me entro angustia. Quinientos de mis compañeros entre infantería y caballería. Y los habitantes, niños, mujeres y hombres como los que vi yacer, hombres que no usan las espadas, las hacen, que no destruyen casas, las crean o que cultivan los campos no que los queman, los quince chicos que sacamos de allí, y Recordé también la tenacidad de esas mujeres, que pese a la perdida de sus maridos e hijos, le daban prioridad a la vida que aun continua, sin parar de luchar. Pedí a mis hombres que aceleraran el ritmo. Iba de arriba a abajo de la formación lanzando palabras de aliento e invocando divinidades. Cuando sugerí dejar atrás los carros de intendencia, mis oficiales se acercaron para tranquilizarme. Me hicieron entender que los necesitábamos con nosotros y que por mucho que corriéramos no llegaríamos a tiempo, y cansaríamos a las monturas. Reflexione, y aunque no podía dejar de pensar en esa pobre gente y en mis compañeros, tenía que ser inteligente y utilizar las ventajas que teníamos. Ellos no sabían que estábamos tras su paso, y éramos más ligeros. Antes de que lleguen al castillo les cogeremos. Otra columna de humo, antes de subir a la explanada donde se encontraba el siguiente poblado, mande cargar a la tropa. Al llegar allí la misma escena, otra vez los cuerpos mutilados y mezclados entre sangre y cenizas, pero sin las mujeres. Ordené a mis hombres que pagaran los fuegos, y que buscaran supervivientes. Mande una patrulla a inspeccionar la zona, no quería sorpresas. En ese momento empezaron a salir, seguramente pensaron que éramos partidarios del rey, y fueron precavidas. Me fijé en una, la que les decía que tenían que hacer, la que levantaba a las desconsoladas, y la primera que entre llantos subía a su hijo al carro. Me acerque a ella y la anime a que dirigiera el poblado, “Nosotros nos hemos de marchar, siento no haber llegado antes”, “Gracias, pero aunque hubierais llegado son muchos más, habría sido inútil”. Ordene a los quince chicos que se quedaran para ayudar y a mi intendente que dejara víveres y agua. Seguimos nuestro camino. Lo siguiente era el castillo, mande tres exploradores para conocer la posición del enemigo y trazar una estrategia. Esperaba ese dato para reunirme con mis oficiales. Sabíamos que gracias a las vidas perdidas estaban diezmados. La noche se echaba encima nuéstra, y los exploradores aun no regresaron. Montamos el campamento antes de que la oscuridad no nos dejara ver, y limite los fuegos que se harían, para cocinar y poco más. No quería que nos localizaran. Justo cuando apagamos los últimos fuegos, y repartimos las guardias, llegaron los exploradores. Me indicaron que el ejército del rey se encontraba acampado muy cerca del castillo y que por el norte entraron algunos enemigos más. Están tras el Monte, junto al bosque. Me reuní con mis oficiales y trazamos la estrategia, siempre penando que éramos invisibles. “Señores, con vosotros he vivido, y con vosotros moriré”. Juntamos las manos y nos conjuramos a que mañana seria nuestra primera o nuestra última batalla. El sol no había salido y ya estábamos en camino. Se quedaron los carros, haríamos menos ruido. Aun así íbamos despacio, sin levantar polvo, ni hacer ruido. Tomamos el camino por la vereda del rio arropados por el bosque. Y poco después nos adentramos en él. Bajamos de los caballos y esperamos pacientemente a que la batalla comenzara. El enemigo ya estaba organizándose en la explanada y la primera línea de defensa de Fred también. Uno de mis hombres hablaba con su caballo, le decía que fuera el más veloz, que él le protegería y que saldrían de esta, y le abrazaba con fuerza . Otros rezaban mirando el cielo, recordando a sus mujeres e hijos, mientras escuchaban los gritos de dolor y los sonidos metálicos de las espadas en el campo de batalla. Otros revisaban una y otra vez su equipo. Sabían que hoy matarían y morirían. Me reuní de nuevo con mis oficiales. Teníamos que aprovechar que éramos invisibles hasta el momento. Ni el duque sabía que aún vivíamos y menos que entraríamos en batalla. Decidimos esperar a que estuviera avanzada, y parecer por detrás y por sorpresa. Expliqué la estrategia a mis hombres y les pedí paciencia. Les recordé los horrores que había causado el Rey y su ejército, y el gesto les cambio. La rabia en ellos ahora era todo lo que tenían hasta que terminara la batalla. Y en vez de asustados estaban impacientes. Los sonidos de horror eran nuestro aliento, estábamos preparados. Pasada una hora, las tropas del rey tenían varios tramos del foso tapados con tableros para formar puentes, los arietes se acercaban peligrosamente a la puerta principal. Toda su infantería estaba esperándolos, cubriéndose con los escudos de la lluvia continua de flechas. Era el momento. La caballería enemiga estaba muy disminuida y esperaba también la acción de los arietes. Hice una señal para ocupar las monturas, y volví a arengar a mis hombres. Dimos la vuelta al bosque por la vereda del rio, esta vez al galope, y les embestimos por la espalda. No estaban preparados, aún se recuperaban de los primeros ataques. Algunos de ellos no tenían ni las armaduras puestas, y la mayoría se habían bajado de sus monturas o soltado sus armas en el suelo. Vi al Conde que subía apresuradamente a su caballo, lo hice objetivo, otra vez vi los poblados destruidos y sus habitantes muertos y quise matar, pero antes de que le alcanzara fue atravesado por la lanza de uno de mis jinetes, igualmente le estoqueé. Cayeron enseguida, y sin apenas bajas. Pero no nos detuvimos, enfilamos la pendiente y cargamos contra la infantería. Al vernos llegar muchos se dieron la vuelta con sus escudos quedando a merced de las flechas, eso hizo que la cobertura de los arietes fuera mínima y también cayeron. Lanza en ristre nos echamos encima. El Duque al ver nuestro avance detuvo a los arqueros, ordenó abrir las puertas e hizo cargar a su infantería. Los enemigos viéndose acorralados y sin líder, ya no luchaban, intentaban salvar la vida corriendo sin orden ni dirección y eso les costó. No tuvimos piedad recordando todos esos hombres inocentes muertos, y el dolor y sufrimiento de sus mujeres e hijos. Murieron por nuestras espadas y lanzas, pisoteados por nuestros caballos y acuchillados por nuestros compañeros. El Duque ordenó a su guardia personal que diera caza a los que querían escapar. Lo mismo dije a mis jinetes. No dejamos a casi ninguno. No había remordimiento. El responsable de todas estas muertes es el Rey. Esto me dejo claro que las cosas en el reino cambiarían. Ya hace tiempo que el Rey y el Duque mostraban diferencias, y se oía hablar que por la cabeza Fred, pasaba la escisión como solución a los problemas. Este era el momento de independizarse. Debía reunirse con sus generales y consejeros otra vez. Yo y mis hombres, fuimos a descansar a la cantina. A celebrar nuestra victoria y sobre todo a enorgullecernos de nuestra hazaña. Fuimos pieza importante para la derrotar a las fuerzas del Rey. Bebíamos mis oficiales y yo en una mesa apartada, rememorando cada detalle de la batalla y la valentía y arrojo de nuestros hombres. Empezamos a divagar sobre la decisión que tomarían en el consejo. Seguro que refuerzan las fronteras y volveremos a ser independientes, o quizás preparen una invasión. Eso era menos probable. El Rey habría dejado gran parte de su ejército para cubrirse, de hecho el que derrotamos era en su mayoría el del conde, y no creo que estemos ahora mismo en condiciones de hacerlo. Tampoco en condado, demasiado territorio para defender. Pasado un tiempo entraron dos guardias del Duque, y me nombraron. Se acercaron a la mesa. “Mi capitán, requieren su presencia en la sala del consejo.” No me sorprendió. Les dije a mis oficiales que vinieran conmigo. Al llegar a la sala, Fred no pregunto porque entraron también, solo me miró y sonrió. Giro lentamente la cabeza, mirando a los ojos a cada miembro del consejo y a sus generales mientras me señalaba con la mano. “Aquí esta nuestro nuevo comandante y sus tres capitanes”. No sabía que hacer ni que decir en ese momento, oí unas leves carcajadas y unos susurros de mis compañeros. “Hoy fuiste nuestra luz, cuando Bolras perdía la fé, apareciste de la nada y nos diste la victoria. Este pueblo te debe un obsequio. Dime que deseas”. “Mi señor, me gustaría hablar primero con mis compañeros”. Asintió. Yo ya sabía lo que quería, lo supe estos días. Pero quería contar con ellos, sin ellos y sus consejos, no lo podría haber hecho. Poco nos costó decidir, parece que todos pensábamos lo mismo. “Disculpe mi osadía, pero después de lo ocurrido, supongo que no habrá más relaciones con el reino”. “No es una osadía, es un hecho. No podemos seguir formando parte del reino, no después de esto”. “Entonces nos gustaría volver a la desembocadura de Goday y ayudar a defender los puentes”. “Gracias en nombre de Bolras, marchad. Mañana tendreis la respuesta”. Nos despedimos con una reverencia y nos marchamos de la sala. Después de lo que nos dijo seguro que nos lo concedía. Ya nos veíamos junto al mar, rodeados de gente que lucha por la vida y no para matar. Defendiéndolos con nuestra vida y con convencimiento de los peligros que les acecharan. Seriamos felices. Volvimos a la cantina, y nos sentamos de nuevo. La conversación ya no era la misma. En vez de hablar de muerte, hablábamos de vida. En tan solo una hora, los guerreros astutos, y grandes estrategas, parecían padres de familia, de cualquier gremio, pensando en placenteras vidas frente al mar con su familia. Nosotros nacimos aquí, en la capital. Pero algo en estos días se nos gravo para siempre. Queríamos volver para ayudarlas a levantar sus vidas de nuevo. Aquellos chicos de los cuales en las formaciones nos reíamos y pensábamos que nunca serian soldados, ahora luchaban más que nosotros, pero en otra guerra. Estuvimos hasta las tantas bebiendo y soñando con el futuro. No escatimábamos en aportar esfuerzos, queríamos volver. A la mañana siguiente, a pesar de la borrachera, todos nos levantamos temprano. Esperábamos con impaciencia la decisión de nuestro “Rey” Fred. Fuimos a desayunar a la cantina. Y mientras lo hacíamos vinieron dos guardias del rey. “Mi comandante, debe estar antes de la comida en el jardín del palacete”. ¿Qué significaba eso? No lo sabíamos, pero era buena señal. No era la sala del consejo, era su casa. Ya sabíamos que nos lo concedían. Yo no tenía familia, pero mis compañeros sí. Se apresuraron en ir a sus casas y empezar a empaquetar todo. Dando la buena noticia a sus mujeres e hijos. Yo fui a casa también, y recogí mis cosas. Si nos lo dan lo desempaco y listo. Echare de menos mi casa pero tengo que marchar. Nos citamos en la plaza principal, justo delante del palacete. Íbamos con nuestras mejores vestimentas, afeitados y con el pelo cortado. Subimos la escalinata hacia la estrada. Una gran estatua de Belroes, ancestro de Fred, presidia la explanada del porche principal. Atravesamos la enorme puerta de madera noble, los saludos de los guardas, y nos dirigimos al jardín central. Allí estaba Fred, con su esposa y sus dos hijos, futuro de Bolras, el consejo al completo, y los generales. “Ven acércate”. Fui y me situé frente a él. “Hemos pensado en tu petición. Y frente a todo en lo que confío, te nombro general de Goday, te encargaras de dirigir la defensa de los tres puentes y su franja”. Ahora sí que no me lo creía. Es mucho más de lo que pensaba. Entendí que también me ponían a prueba. Que dejaban bajo mi responsabilidad toda la primera línea con el enemigo. Aun así acepte. Durante la cena posterior, estudie cuales eran mis responsabilidades, deberes y derechos como general, y nombre a mis tres amigos comandantes de puente. Solicite al Rey materiales de construcción y algunos albañiles, los ciento cuarenta Y siete jinetes que quedaban de mi batallón gran cantidad de víveres para las poblaciones devastadas y seis brigadas de infantería y arqueros. El Rey acepto, y prepare la marcha. Dos semanas tardamos en prepararlo todo. Salió la caravana al amanecer. En la entrada del castillo no había casi restos de la batalla. Solo unos cuantos albañiles y carpinteros, terminando de arreglar las defensas, una pila de huesos aún humeante y algunos restos de las torres de asedio, balistas y arietes, ya recogidos y apilados. Viajábamos con ilusión, pero sabiendo que la misión sería difícil. El camino se hizo largo por la impaciencia de llegar, y porque invertiríamos casi el doble de tiempo. Dos días nos costó avistar el primer poblado, junto al puente. A lo lejos se veían los campos de cultivo llenos de colores, las casas con marcas negras del dolor vivido, estaban de pie. Unos niños jugaban con espadas de madera a las afueras del poblado. Las mujeres trabajaban la tierra, ordeñaban, y alimentaban al ganado. Al entrar, vi a la mujer del herrero, arreglando las espadas, a la del carpintero poniendo una puerta y a los chicos, a los que tan solo dimos unas semanas de instrucción, enseñando a los pequeños a manejar espada y escudo. Todo funcionaba, sin patriarcas ni apellidos. Hable con la mujer, con la que me conmovió, y le explique de la importancia de que alguien organizara y fuera cabeza visible, y que ella era la más adecuada. No acepto sin la aprobación de las demás, todas estuvieron de acuerdo, aunque a los hombres que quedaron vivos, les tuve que convencer. Y advertí a todos que lo iba a supervisar, y que no toleraría injusticia ni discriminación. Empecé a organizar las defensas. Ordene a dos de mis comandantes que con dos tercios de mis tropas se adelantaran y reforzaran los otros dos puentes. Puse a los albañiles a trabajar en un fuerte. Lo situé sobre la entrada del puente, todo el que entrara y saliera de allí tendría que pasar por dentro de ella. Tardamos mucho menos gracias a la ayuda de las mujeres, hacían los ladrillos con el barro del rio. Talaban árboles y los convertían en vigas. No se cansaban nunca, y nunca ví tal tenacidad. Sabían que si el fuerte se levantaba, sus hijos estarían más seguros. Las que no ayudaban en las labores del fuerte se encargaban del resto. Incluso de cuidar de los hijos de todas. Parece que no necesitaban ordenanza, ya lo sabían. Pensé que en nuestro mundo de hombres, esto no sería posible sin alguien al mando. Terminado el fuerte, mande a la avanzadilla mandada por el Rey tras la batalla de vuelta a casa. Agradecí la ayuda y les despedí con honores. También hable con todos los pobladores niños incluidos, y les jure que no les dejaría a su suerte nunca. Que yo, y hasta el último de mis hombres darían la vida por ellos. Cogí diez de mis mejores hombres, los albañiles y nos fuimos. En todos los poblados vi lo mismo, mujeres que cuando parece que todo desaparece, que nada se puede hacer, asumen todo el dolor y todo el trabajo. Que consiguen perpetuar las costumbres, y sustentarse manteniendo las enseñanzas buscadas, no adquiridas, no se las enseñaron, observaron y las aprendieron. A la mujer del herrero le faltaba un dedo. Me contaron que estaba día y noche hasta conseguir una daga medio recta. Y que ahora un dedo menos y un par de cicatrices mas es una Herrera. La del carpintero ayudó a su marido toda la vida y sabía hacer, y tanto a su hijo como a su hija enseñaba como aprendices. Las mujeres del campo no las cuento, esas nacen en el campo. Con muy corta edad ya ordeñan su desayuno y muelen el trigo de su pan. Así todas asumían su papel, de forma natural. Habiendo construido tantos fuertes como puentes, aun hubo reyertas. No eran importantes, se centraron el atacar por la costa y el Rey Fred ya lo había previsto, ya que hizo taponar los dos pasos de montaña que entraban por el norte. Tenía ya reforzada la costa y todo solía quedar en casi nada. La tranquilidad duró unos meses. De nuevo más reyertas. Se fueron intensificando, ya eran casi cada día. Los niños aprendían a manejar el arco y cubrían turnos de guardia en los fuertes. Pero todo seguía fluyendo en el interior. Todo funcionaba como un reloj. No había soldado sin su rancho, ni niño sin su escuela, ni oveja sin su pasto y los soldados lucían siempre sus armaduras y vestiduras impecables. Siempre creí en ellas, desde el momento que las vi morir de dolor para dar vida. Es difícil olvidar lo vivido. Con el paso del tiempo, las relaciones con los vecinos se normalizaron. Sobre todo por el comercio y las pobre familias mezcladas sin pedirlo en la sinrazón de los hombres. La zona de la franja del rio Goday fue la más prospera. La economía y la cultura se convirtieron en la base de su gobierno, y las mujeres de la franja de Goday y todas aquellas que estando a la sombra pusieron todo su tiempo y su esfuerzo, en que todo funcionara, esas son, el orgullo de Bolras.

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