Desprecio

Me vino a visitar a mí país adoptivo. Vino para buscar trabajo presionado por la costumbre de comer todos los días. Le vi gesticulando en la entrada del aeropuerto, la gente le veía extraño, y no se paraban ante sus requerimientos. Le vi desvalido y frágil, totalmente perdido. Él, que era orgulloso y responsable, pero también impertinente e incluso a veces despreciable. Pero cuando me vio fue su salvación, se lo vi en la mirada. Me abrazo con fuerza y me besó con ímpetu y repetidas veces las mejillas. Me empezó a hablar, de todo lo que se le pasaba por la cabeza, como si así saliera de su cuerpo el nerviosismo. Le llevé a mi casa y allí si que hablamos. Hablamos de verdad y del futuro, de empezar de cero. Conseguimos un trabajo, un modesto trabajo en un restaurante poco importante del centro. Allí empezó de nuevo a sentirse útil y persona, y a ser persona, cuando su jefe era negro, su encargada peruana y sus compañeros de cualquier color o religión. El que era orgulloso e impertinente, cuando le pedía el café a aquel camarero marroquí con aquel desprecio. (Petición de Inés Félix)

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