Confesiones

Era el momento crucial, ya estaban todas las cartas sobre la mesa, solo quedaba confesar la verdad para salvar la libertad de mí amigo y defendido. Miré a mí alrededor, todo el mundo me observaba, la familia de mi amigo y la mía, casi todos los amigos y conocidos del pueblo. La gente sabe que él es buena persona, sería incapaz de hacer algo así, de asesinar a alguien. “Quisiera aprovechar este momento para aportar un último dato”. Mire fijamente a mi amigo, y luego a mi mujer con cara de arrepentimiento. “Estuvo conmigo en un hotel aquel día, tengo aquí el recibo”. Nuestras mujeres se miraron extrañadas. “Además dormimos juntos, es imposible que él lo hiciera”. Al oír esto un murmullo inundó la sala, y nuestras respectivas mujeres, cogieron a los niños y salieron entre sollozos. Los vecinos, algunos de ellos con la boca abierta y otros riéndose mientras nos señalaban, no daban crédito. El juez llamo a orden, y se fue a su oficina con el resguardo de la habitación de matrimonio. Mi amigo alucinaba más todavía, no entendía nada, pero estuvo callado, asintió todo lo que dije y agacho la cabeza. Inocente, así quedo tras mi confesión de infidelidad homosexual. Ahora quedaba hablar con las señoras y contarles que tengo un amigo recepcionista en un hotel y que era una treta. Lo que no le diré a mi mujer es que el recibo era auténtico.

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