Bolras Cap. 3º

Nos levantamos y unimos las manos en el centro, sobre los restos de la hoguera, y nos conjuramos para que aquel lugar fuera nuestro hogar. El resto de la expedición ya estaba empezando a preparar el campamento, de momento solo vaciando los carros y organizando el trabajo. Los hombres empezamos a recoger madera para hacer las estructuras. Lo primero sería los corrales, las gallinas y los patos iban en uno de los carros y el resto de los animales venían atados a los mismos, los perros los custodiaban. Los corrales se colocarían en la parte exterior del poblado, a modo de parapeto por si recibíamos algún ataque. Las cabañas entre estos y el lago, y con salida fácil hacia las montañas y refugios. Tras los corrales hicimos un almacén que haría las veces de obrador, taller, etc. También un sistema de poleas y canales para que el agua llegara hasta el centro donde la recogeríamos, estábamos preparando el poblado para que fuera permanente, aún a riesgo de perder todo en un ataque enemigo apoyados por la creciente confianza en nuestra defensa. La primera noche dormiríamos todos en el almacén, no daba tiempo a continuar con las viviendas. Organizamos las guardias, las haríamos en pareja para cubrir los pasos de montaña y la explanada. Esa noche sacrificamos un cordero, todos trabajamos duro y estábamos cansados, hambrientos y deseosos de celebrar nuestra independencia. Además mañana sería un día duro y había que reponer fuerzas y subir la moral de todos. La noche pasó sin incidencias y con la primera luz de la mañana empezamos a trabajar. Los hombres seguimos con las viviendas, mientras mujeres y niños empezaron a preparar la tierra para sembrar, la explanada era amplia y llana, con un ligero ascenso según se acercaba al bosque. Al llegar la tarde ya teníamos la tierra preparada y sembrada y las viviendas casi también. Al parar un momento para beber y recuperarnos, escuchamos carros y voces que procedían del bosque. Rápido soltamos las herramientas y cogimos nuestras armas, Korde, Sefy y Tony subieron a una de las atalayas con sus arcos, Jolu y yo corrimos hacia la entrada del bosque también armados con los arcos, y el resto de los hombres quedaron tras los corrales con sus espadas y dagas, ancianos y adolescentes incluidos. Mujeres y niños ya sabían que hacer, ya estaba todo planificado esperando que nos visitaran, fueron directos a la entrada de la cueva bajo la cascada. Esperamos todos en silencio a que se acercaran, mientras el humo de las hogueras les llevarían directos al punto en el que serían blanco fácil de nuestras flechas. Los sonidos de las ruedas sobre las rocas, los relinchos de los caballos y el golpeo de lo que parecían unas cazuelas colgadas nos iban dando la posición, ya estaban cerca. Una curva en el camino nos daba ventaja, en cuanto aparecieran serían un objetivo sencillo para nuestros arcos. Dos bueyes lentos y pesados abrían la comitiva, tensamos las cuerdas esperando que aparecieran. “ ¡Sé que estáis escondidos, os conozco muy bien! ” , nos relajamos y salimos al camino. “ Cómo tú por aquí, pensé que quedarías en el pueblo ” , se trataba del cantinero Jun, venía con su esposa y sus dos hijos, que eran grandes y fuertes como robles. “ No me iba a quedar allí sin mis mejores clientes”. Nos abrazamos fuerte y golpeamos nuestras espaldas con nuestros puños: “ Bienvenidos ”. Subimos con él al carro mientras nos contaba lo que la gente nos echaban de menos, y que seguramente vinieran más familias detrás. También nos juró que no le había dicho a nadie nuestra ubicación, solo los que ya conocían el camino y el lugar vendrían. Esa era buena noticia, los que sabían dónde estábamos eran en su mayoría expertos cazadores que manejaban muy bien todo tipo de armas y descendientes todos de los antiguos habitantes. Eso nos daba más posibilidades de triunfar si teníamos que defendernos del Rey. Traía uno de los carros con los toneles y barriles de la cantina, con vino y cerveza y ese curioso licor que hacía con las moras y su gran habilidad para destilar. Esa noche les daríamos la bienvenida y de paso terminaríamos la celebración de ayer mojados en alcohol. Nadie siguió trabajando esa tarde, y las pocas horas que quedaban para la noche las pasamos reunidos contando historias e intentado relajarnos de las tensiones de los últimos días. Antes de que llegara la noche, poco a poco fueron llegando más ciudadanos que no querían seguir siendo vasallos, y si hombres libres. Cada vez éramos más, y nuestra esperanza de llevar nuestro sueño a buen puerto era más factible. A altas horas de la madrugada, fuimos todos los hombres al árbol de Bolras e hicimos a los nuevos repetir el juramento. No hubo ninguna protesta ni condición, todos convencidos del proyecto y de defender nuestra libertad hasta la muerte. Relevamos a los chicos que pusimos como primera guardia y el resto fue a descansar, mañana otro día de trabajo intenso para crear nuestro pequeño y peligroso paraíso.

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