Soldado

Sacó la bayoneta del pecho de aquella mujer y volvió a cargar su arma. Su humanidad desapareció en la última guerra, en la que perdió a sus amigos y compañeros. Guerra tras la cual se dio cuenta que también perdió a su mujer, sus hijos y su familia por su perenne ausencia. Pensó en dejar el ejército, pero era lo único que tenía, no había nada más. Asomó el cañón de su fusil por el hueco del cristal roto de una ventana y empezó a disparar a todo lo que se movía, sin contemplaciones. Salió de la casa y caminó entre los cadáveres de mujeres, ancianos y niños, que quedaron amontonados en las entradas de sus casas. Sacó su revólver y deshizo la agonía de los que quedaban vivos. Le ordenaron avanzar, y aun habiendo perdido a todos sus compañeros el siguió las ordenes. Estaba muy cerca de su objetivo y se escondió en una alcantarilla a escuchar pasar los vehículos que seguramente le andaban buscando. Dos días entre las aguas pestilentes esperando su momento. Esa noche, la del segundo día, subió a un edificio cercano, abandonado y agujereado por los continuos bombardeos. Se instaló en la azotea, acoplo la mira telescópica en su rifle y se quedó varias horas mirando por el objetivo hacia el campamento enemigo situado a un kilómetro de allí. Hacía varios minutos que caía la lluvia sobre él, y su cuerpo a pesar del frío no tembló, no lo sentía, y cubrió el rifle con su chubasquero tapando también su cabeza. Era un magnifico tirador, un excepcional soldado, cargado de tenacidad y arrojo. Era el mejor en casi todo y fue condecorado en multitud de ocasiones por sus hazañas, pero a él no le importaba, hace tiempo que nada lo hacía, solo desempeñaba su trabajo. Unos minutos después por fin su objetivo, reconoció las facciones de su cara y las estrellas de su hombro, En pocos segundos tres disparos, dos en la cara y uno en el cuello. Lanzo el arma por el hueco vacío del ascensor y empezó a bajar las escaleras lo más rápido que podía. Antes de salir a la calle sacó de nuevo su revólver y tomó a la fuerza un coche, matando a los que lo ocupaban y arrojándolos al suelo. Se alejó a toda velocidad del lugar y antes de llegar a la base una rueda estallo, perdió el control del vehículo y todo se oscureció. Despertó entre tubos, pitidos y enfermeras. Palpó por debajo de su cintura y vio que aún tenía las piernas aunque no las sentía. Unos días después, sobre su silla con ruedas fue condecorado y retirado del servicio, de su única vida. Hacía tiempo que no sentía nada, ni amor, ni rencor, ni remordimiento, pero le quitaron su razón y perdió la otra. Al llegar a su casa metió la medalla en un cajón repleto de ellas, y el diploma en una mohosa carpeta de cartón de la que sacó una foto de su mujer y sus dos hijos, pero no sintió nada otra vez. Hizo una bola con ella y la lanzó a la papelera, se fueron de su vida y no volverían, sus padres murieron y su hermano al igual que su mujer desapareció hace tiempo por sus continuas ausencias. Cogió por última vez su revólver, lo cargó y lo besó. Le dio las gracias por estar siempre a su lado y lo usó para terminar con su vacía vida. (Dedicado a Sandra.)

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