La fuente del conocimiento

*(Petición de Edu con las palabras clave: hipopotomonstroesquipeliofobia, annunaki y lefa. Me encantan tus palabras por que suponen un verdadero reto. Eso si las próximas que pongas más cortas que las largas me dan fobia jejeje. Un saludo compañero.) Indiana Jones le marcó la vida. Desde muy pequeño jugaba a buscar tesoros enterrados y no dudaba ni un momento cuando se tenía que adentrar en cualquier cueva. Sus padres le tuvieron que sacar más de una vez del alcantarillado. Se hizo mayor obsesionado con la búsqueda de tesoros escondidos y claves secretas en escritos antiguos. Salió de la facultad con tal historial que tardó muy poco tiempo en conseguir un buen trabajo en lo suyo. Las ganas de cumplir su sueño le hicieron disciplinado y ese esfuerzo se vio recompensado. Viajaría hasta Mesopotamia para participar en unas excavaciones muy cercanas al río Tigris. El viaje fue tranquilo y la llegada a la excavación intensa y nerviosa. Todo en los primeros meses transcurrió con normalidad. La mayor parte del tiempo limpiaban arena y removían la tierra en busca de un trozo de cerámica, una baratija o un hueso. Pocos fueron los hallazgos hasta que la pala se detuvo en la roca. Siguieron cribando toda la tierra esperando descubrir la roca que les tapaba el camino. Notaron rápidamente que la roca que estaban descubriendo era una losa grabada. Tomaron precauciones dejando a un lado las palas y utilizando solo las paletas. Se olvidaron de cribar los últimos sacos con el ansia de descubrir por completo el hallazgo. Quitaron y quitaron tierra en varios metros cuadrados hasta que dieron con el final, unos dos por dos metros de superficie. Empezaron a horadar hacia abajo en cada lateral del cuadrado dando con una especie de hueco en uno de ellos, centraron sus esfuerzos en ese lado. Llegó la noche y la excitación les tenía allí cavando la tierra, cada vez más dura según entraba la madrugada. Por lo que pudimos avanzar hasta ese momento, adivinamos que el hueco era una entrada a algún lugar. Los ángulos de noventa grados lo delataban. “ Vamos a descansar, mañana descubriremos que hay aquí ". El capataz sentenció y todos fueron a dormir citándose temprano. Él no durmió mucho ya que su sueño se acercaba cada vez más, se le escaparon las horas pensando en lo que se encontrarían. Le dio igual cuando regresaron, se tendría que aliar con el café pero valía la pena. Siguieron cavando hasta poder abrir un agujero por el que cabría una persona. Él se presentó voluntario e insistió mucho para ser el primero. Cuando entró alumbró a todos lados con su linterna. La sala estaba vacía. Solo una pequeña puerta de un metro cuadrado a la altura de la cintura, justo enfrente de la entrada. Se acercó y la examinó con la vista, no se atrevió a tocarla. Los demás ya habían abierto un poco más el agujero para que el anciano jefe de la excavación pudiera pasar sin problemas. Él se encargaría de abrirlo, la emoción en todos ellos hacía que el momento fuera muy tenso. ¿Qué tesoros se encontrarían? Cuando la puerta se abrió solo había un recipiente cuadrado de apenas centímetros. Lo que les sorprendió a todos es que este estaba hecho de acero pulido que brillaba con la luz de las linternas. Se veía claramente un pequeño tirador fijado a la parte superior. El anciano con sus gafas en la punta de la nariz, acercó su mano enfundada en un guante de látex al recipiente, tiró de la tapa y vieron el interior forrado de ante rojo y sobre un diminuto cojín un pequeño tuvo de cristal sellado, lo embalaron bien y lo enviaron a los laboratorios habilitados al efecto. Examinaron el resto de las paredes y no encontraron nada más que aquel pequeño habitáculo con un grabado al fondo en una escritura que nunca habían visto. La grafía era parecida a la nuestra pero parecía como si las palabras fueran juntas o no tuvieran separación entre ellas, quizás eran solo palabras largas. Eso le hizo ponerse nervioso cuando el capataz le pidió que les sacara fotos y las copiara en el diario de la excavación. Desde pequeño padecía de hipopotomonstroesquipedaliofobia, le tenía pavor a las palabras largas. En sus estudios ponía un cartón o una tarjeta para leerlas en dos o tres veces, allí no podría apoyar nada. Según lo iba copiando reconoció varios símbolos parecidos a la escritura sumeria entre sudores y temblores, estos fueron despareciendo según fue descifrando palabra a palabra totalmente distraído: “ La fuente del conocimiento ”. Eso pudo descifrar. Entre las palabras había un hueco como para meter el meñique, su curiosidad le hizo meterlo en él. Recibió un pinchazo y una descarga en su cerebro, sangró un poco pero por suerte no manchó los grabados. Más tarde supieron que el contenido del frasco era lefa. Sí, era semen con un ADN que los científicos asumían como humano pero más complejo y entramado. Si hacían caso a la traducción de los textos sumerios y a la interpretación del las palabras encontradas en aquella sala, se trataba de ADN annunaki. Los científicos se encontraban entre eufóricos y escépticos ante tal descubrimiento. Él ya lo supo después del pinchazo. Cuando antes de salir de aquella pequeña sala pudo hablar con sus padres y contarles todo. El teléfono lo dejó en su mochila.

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