Vicios peligrosos

*(Petición de Alina con las palabras clave: Trabajo, esperanza y perdón. Ahí va princes a ver si este te gusta más. Un beso) Caminaba por aquella playa desierta rebuscando entre los restos del naufragio. Buscaba algo o alguien sobre la arena mientras los demás restos flotaban ocupando toda la cala. Una temeraria maniobra del capitán les acercó demasiado a los corales provocando el accidente. Era un yate de lujo pequeño que fue contratado por una pareja adinerada que buscaban una playa romántica donde pasar unas noches por su aniversario. El capitán recordó que unos meses atrás haciendo un recorrido por el archipiélago con unos turistas vio una pequeña cala de apenas cincuenta metros de largo, rodeada de paredes de roca y vegetación selvática. Les ofreció llevarles hasta allí sabiendo que la mayor distancia y lo exclusivo del lugar le reportaría más dinero. No contó con el sobrepeso causado por la multitud de estructuras y muebles que los enamorados llevaban y la bajamar imperante en aquel momento. Llegó a tal velocidad que la proa quedó clavada tras el golpe haciendo que la popa se elevara lanzando al resto contra las rocas. Él era uno de los cuatro integrantes de la tripulación, concretamente el cocinero y en ese momento se encontraba descansando en su camarote. Echó a nadar sin mirar a los lados, ciego por el temor a morir ahogado. En el momento justo de llegar a la arena se lamentó entre llantos por lo ocurrido. No se atrevió a buscar supervivientes. Su sobrepeso hizo que llegar a la playa fuera un suplicio. Si no pudo casi salvarse él, ¿Cómo podría hacerlo con alguien?. Si salía de aquella tendría que pedir perdón a las familias o el remordimiento le quemaría por dentro. “ Espero que el capitán pulsara el botón de emergencia tras el golpe “ . Si lo olvidó se vería allí durante bastante tiempo. Hacía ya muchos años que era su trabajo y le conocía bien, por eso empezó a buscar cosas útiles por la playa, no encontró a nadie pero si cuerdas y algunas herramientas. El problema ahora sería comer. Su desesperación pasadas unas horas le hizo incluso pensar en tirarse a buscar algún paquete con comida envasada de los que tenía en la cocina. Pero al igual que no lo hizo para salvar a alguno de sus compañeros de viaje, para la comida tampoco, era demasiado peligroso. Era mejor buscar una alternativa antes de tomar ese riesgo. Al final de la cala había una gruta en la que podría buscar mejillones, percebes y cangrejos al cubierto de las peligrosas olas. Además era lo suficientemente amplia como para que le sirviera de cobijo mientras le vinieran a rescatar. Como era cocinero siempre llevaba un mechero en el bolsillo para encender los fogones que ya puso a secar nada más salvarse, con el podría hacer fuego para protegerse del frío de la noche. Al entrar en la gruta vio que las paredes estaban repletas de mejillones y empezó a tirar de ellos con ansia llegando a hacerse varios cortes en las manos. Entre las herramientas que pudo rescatar había una pequeña cacerola en la que pudo cocinarlos. Con el estomago lleno, la esperanza de salir de aquella situación parecía real. Tras recuperar fuerzas dejó su cueva y empezó a buscar por el perímetro un lugar por donde ascender hasta la selva. Necesitaría más leña que las ramas caídas o los restos del barco y los mejillones no le durarían para siempre. Vio desde la playa que algunas aves tenían sus nidos en los huecos de la pared y allí encontraría huevos o algunos pollos. Pasó varias horas intentando encontrar rutas hacia los nidos y la selva consiguiendo un par de huevos y un coco antes de llegar la noche. No llegó hasta arriba pero alcanzó un pequeño saliente en el que encontró los alimentos y que sería buen punto de partida para al día siguiente continuar con el ascenso. Lanzó el coco y bajó con mucho cuidado para no romper los curiosamente delicados huevos. Se echó a dormir y dejó las cosas junto al fuego. El atracón de mejillones le había producido sensación de saciedad en el estómago y unos gases que al subir por la garganta le quemaban y le llenaban la boca de un sabor desagradable: “ Me pasé con el marisco “, Decía mientras se retorcía en su cama de hojas de palmera. “ Ya me dijo mi madre que la comida me mataría. ” Le decía que se hizo cocinero para poder comer de todo y cuando quisiera. En parte tenía razón porque comer para él era un autentico vicio. Cuando se le pasó el malestar pudo dormir al calor de la hoguera. Se despertó a la mañana siguiente con el recuerdo de las palabras de su madre y el aliento de un carroñero. “Qué razón tenía. Tengo que administrar los alimentos, se acabaron los atracones. ” Se giró hacia el fuego y vio uno de los huevos con un hueco en su cáscara mientras sentía en su cuello dos pinchazos como agujas y todo se nublaba. “Qué razón tenía”.

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